Quisiera iniciar sosteniendo la premisa de que “Soy creyente y soy católica” pero también soy libre pensadora en un país al que le encanta distraerse. No sostengo con lo anterior, que la visita de Francisco haya sido “una cortina de humo” como lo define el “Diccionario de la Real Academia Chaira” sino un acontecimiento que vale la pena analizar desde todos los puntos, en mi caso desde el de la Comunicación Política.
Y habrá entonces quienes aseguren que: “Francisco no es un político, es un líder religioso” pues entonces a ellos habrá que hacerles saber que -para ser líder religioso tiene mucho poder político y para ser líder político tiene mucho poder religioso.
Comencemos entonces por destacar varios aciertos en la comunicación no verbal del Papa. Francisco, sabedor de que era imperativo reconstruir la imagen afable que no encontró a su mejor exponente en Benedicto XVI ha pulido y perfeccionado un estilo que nos recuerda vagamente a un ícono moderno de la iglesia católica: Juan Pablo II. Esta estrategia mediática es conocida como recurrir a “imágenes preestablecidas” y nunca falla.
Ambos pontífices (Juan Pablo y Francisco) dominan perfectamente el arte de la oratoria con énfasis en el control de audiencias: ritmos pausados, apelación al ethos, al logos y al pathos. Un lenguaje facial que inspira confianza, un lenguaje corporal que grita humildad (hombros alicaídos y manos que tocan en los puntos de contacto más asertivos).
Esto nos lleva a reconocer, que no se llega a ser el Máximo Pontífice sin entrenamiento histriónico previo, sin una capacitación intensiva en oratoria y comunicación.
La iglesia católica estaba urgida de un líder carismático, que persuadiera masas y se fabricó uno a la medida; un hombre que compra sus propios anteojos, viaja en metro, come con personal del Vaticano, que aborda temas de los cuales sus antecesores huyeron despavoridos y que en resumen, es una máquina que comunica y comunica bien.
A Francisco, como a todas las figuras religiosas hay que aprenderle lo bueno sin caer en el fanatismo. Los discursos que pronunció en México fueron cuidados, pulidos, certeros, preparados, perfectos. Nutren la mente y el corazón también, pero hasta ahí.
Por eso, quise escribir estas palabras a pocos días de que partiera de México para poder ver las huellas de su paso sin apasionamientos, sin filias y sin fobias, sólo de forma objetiva.
Francisco dejó tras de sí, miles de fotos y videos en medios de comunicación y redes sociales. Dejó tras de sí, extraordinarias piezas oratorias. Dejó tras de sí un sentimiento colectivo de que todo está bien (aun cuando no lo está) y eso sólo lo logra un gran líder adoctrinado en técnicas de persuasión.
Bastaba ver a los fieles congregados a su alrededor gritar y desfallecer por una bendición o un saludo (me encantaría ver si aquellos que tuvieron tal privilegio han decidido cambiar ciertos hábitos nocivos en su vida diaria) pero así fue el paso de Francisco, como lo fue en su momento el paso de Juan Pablo y como seguro será el paso de quienes vengan después de ellos, porque a México y a los mexicanos, nos gusta creer, nos gusta confiar, será porque nos
a ese rayo de esperanza cuando todo en la tormenta nacional parece perdido.
Porque México, como dijo el poeta Ricardo López Méndez en su inigualable Credo: “México creo en ti, porque escribes tu nombre con la X que algo tiene de cruz y de calvario” quizá por eso en el nombre llevamos la penitencia y la redención. Somos católicos en una gran mayoría ¡Sí! Somos guadalupanos ¡Sí! Nos encanta faltar a clases o al trabajo para ir al ver al Papa ¡También! Pero somos conscientes de que a México no lo van a salvar los rezos sino el trabajo duro, arduo, honrado, decente, disciplinado y constante de todos los mexicanos.
Amén (si se me permite el término).
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