Desafortunadamente, el Partido Acción Nacional en los últimos años, y contagiado por una práctica del Estado mexicano de resolver todo con leyes, incurrió en una sobrerreglamentación de su vida política. Se puso una camisa de fuerza, lo cual se confirma con los muchos asuntos internos que terminan judicializados.
Honestidad, que es siempre virtud esencial y ahora la más necesaria en México
Manuel Gómez Morin, 1926.
Desde su origen, el PAN arrastra un cierto y equivocado prurito de ver en los profesionales de la política algo desconfiable. Formados desde la oposición, sus militantes tenían otras formas de ganarse la vida y por eso incurrían esporádicamente en la política. Esto, de alguna manera, provocó una ausencia de cuadros. Fue práctica reiterada invitar a ciudadanos fuera de sus filas con cierto prestigio y cierto perfil.
También, se dio otra circunstancia, se soslayó el pensamiento de Gómez Morin, quien siempre se inclinó por un derecho escueto, austero, sobrio, el mínimo indispensable para regular conductas. Confiaba más en los instrumentos de la cultura para que los hombres asumieran principios y valores en el diario acontecer que la coacción de la ley. Desafortunadamente, el Partido Acción Nacional en los últimos años, y contagiado por una práctica del Estado mexicano de resolver todo con leyes, incurrió en una sobrerreglamentación de su vida política. Se puso una camisa de fuerza, lo cual se confirma con los muchos asuntos internos que terminan judicializados.
1962 fue un año clave en la historia del Partido Acción Nacional, cuando Adolfo Christlieb Ibarrola le dio al partido vocación de poder. José González Torres lo vio con desconfianza, creía que el Partido Acción Nacional jamás debería asumir posiciones de gobierno, pues estaba llamado a ser voz crítica, algo así como la conciencia de la nación para evitar abusos y desvíos. Carlos Castillo Peraza lo refutaba: “Basta ya de ser el Pepe Grillo en el hombro de Pinocho, pudiendo ser Gepetto, el dueño del taller”. Se corrieron riesgos al asumir el poder, como todos los partidos en todas las democracias. Ha prevalecido la divisa que tanto le
agradaba a don Manuel, pronunciada por un obrero “Seguimos continuando” o, en otras palabras, “la brega de eternidad”. Hoy por hoy, el PAN es la mejor opción, como lo están reflejando las encuestas, en contraste con la crisis de otros partidos. La divisa es clara: hacer política con las ideas y los principios de una gran institución que ha sido útil para México.
Prácticamente, ha arrancado el proceso interno para elegir candidato (a) a la Presidencia de la República. Rafael Moreno Valle y Margarita Zavala andan ya en campaña. Ricardo Anaya, haciendo su trabajo, se ha posicionado como posible contendiente. Qué bueno que así sea.
De eso se trata, de que los partidos generen líderes con aspiraciones legítimas y con la preparación requerida por el cargo.
Moreno Valle padece de dos síndromes señalados por Castillo Peraza, el de Adán al sentirse el primer hombre y pensar que en Acción Nacional no hay toda una historia de lucha para alcanzar la democracia. Y el de Robinson Crusoe: sentirse dueño de la isla y quienes lleguen deben hacerlo en condición de Viernes. Ha aprovechado el cargo para proyectarse y ha atropellado al Partido Acción Nacional en Puebla imponiendo candidatos y haciendo su voluntad. Ahora sus partidarios le piden a Anaya que renuncie a la presidencia del partido si quiere ser candidato, actitud de algunos panistas respetables, los que ven con desconfianza a quienes tienen aspiraciones.
¿Alguien podría imaginar a Margarita Zavala como precandidata de no haber sido primera dama? ¿Acaso no aprovechó los reflectores para hoy aspirar a ese cargo? No debe reprochársele, al contrario, de eso se trata, de tener opciones y un proceso interno que nos fortalezca y nos permita retornar al poder presidencial.
Más que descalificaciones, para orientarnos, los contendientes deben insistir en las ideas básicas que el Partido Acción Nacional pregonó desde su origen.
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