El origen de la corrupción

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 De acuerdo al presidente López Obrador, terminó la corrupción en México pues desde la titularidad del ejecutivo federal ya no se permite, no se tolera y tampoco se da permiso para ella. Así de simple se acabó con una de las prácticas que más cuestionaba la ciudadanía y que le ayudó a ganar las pasadas elecciones de 2018, a excepción de que esto sea más propaganda que realidad.

 

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La corrupción, no cabe duda, es uno de los temas que más preocupa a los mexicanos. Esto motivó un voto de castigo para el partido que gobernó el sexenio pasado y fue una bandera eficaz para la renovación de gubernaturas, como se ejemplificó en 2015.

Las causas de este mal son distintas, ya que van desde bajos sueldos, impunidad, complicidad, falta de ética y educación, hasta las ansias de enriquecimiento rápido de unos cuantos.

En otras naciones, su erradicación ha llevado décadas, incluso generaciones enteras, para cambiar radicalmente una situación que parecía insalvable.

Pero en la visión de Andrés Manuel López Obrador todo se reduce a quien ocupa la presidencia de la república, por lo que cuando llegue alguien honesto este flagelo terminará.

Y así lo anunció hace poco, al decretar –al menos de palabra– el fin de la corrupción en México.

De acuerdo al mandatario, ya no se toleran actos de corrupción en el gobierno, mucho menos se da permiso para cometer acciones de esta naturaleza.

Es decir, siempre según López Obrador, anteriormente desde la presidencia se toleraba que funcionarios públicos llevarán a cabo actos de corrupción, incluso había permiso para cometerlos.

Considerando el catálogo que implica la corrupción –desvíos, cobro de comisiones al margen de la ley, cohecho, entre otros–, habría que ver que tanto se necesita permiso para meterle la uña al presupuesto por parte de los servidores públicos.

Porque pensar que con el simple ejemplo se acabo el mal, quizá es pecar de ingenuidad.

 

Creer que porque el presidente de la república es honesto y no da permiso para que alguien cometa un acto de corrupción, sería demasiado irreal, pues un funcionario que pida dinero para firmar una licencia no necesita ni el visto bueno ni el permiso de su jefe para cometerlo.

Son multitud las historias de titulares de dependencias que han reconocido no saber hasta dónde llegaba la corrupción en sus equipos, lo mismo en secretarías de Estado que en organismos descentralizados.

Es decir, por poner un ejemplo, que el titular de Profeco diera permiso para que sus inspectores se dejaran sobornar o pidieran dinero para no multar a prestadores de servicios que venden productos que no cumplen con las normas. Tampoco se puede pensar que parte de ese dinero originado por la corrupción llega a sus bolsillos de parte de los inspectores de la Procuraduría.

Aunque si hablamos de grandes contratos o licitaciones, la cosa puede cambiar, pero nada indica que se pidiera permiso para hacerlo.

Igual pasa con los legisladores que evitan que se apruebe una iniciativa para, por ejemplo, no subir los impuestos a la industria tabacalera. Hace años, un diputado panista, Miguel Ángel Toscano, denunció como sus colegas aceptaban, en medio de la discusión sobre este tema, invitaciones a visitar Europa con todos los gastos pagados, incluido un acompañante, a fin de que no elevaran los impuestos.

Estos diputados que aceptaron el regalo, ¿fueron a pedir permiso al presidente?

Lo anterior equivale a culpar a Claudia Sheimbaum porque el policía de la esquina en la Ciudad de México pide mordida por una supuesta falta al reglamento, algo que aún sucede en la urbe, pero no depende del permiso de la jefa de gobierno, sino de la falta de sanciones, ética y denuncia ciudadana.

Claro que hay que aplaudir la intención de acabar con la corrupción, pero no basta anunciar su fin y pedir que se crea en la palabra del presidente, pues no se trata de un acto de fe, sino de un trabajo que debe incluir controles, transparencia, acabar con la impunidad, educación, fomentar la denuncia ciudadana y revisar otras causas, como los sueldos, que hacen posible la existencia de esta práctica.

Pensar que este fenómeno tiene su origen en el permiso o la tolerancia que el presidente de la república da para esta práctica, no sólo es reflejo de una ingenuidad desbordada, sino que refleja también el ego de quien pronunció las palabras que dan fin a una práctica que no parece finalizar, por muchos deseos del inquilino de Palacio Nacional.

 

Para estar #EnLínea

Pensando en corrupción, ¿no es uno de estos actos no rendir cuentas y aclarar de que se vivió tantos años sin un trabajo fijo o de donde salen recursos para poner una fábrica, sin que se conozca de donde provienen los recursos para ello? Lo dicho, se pide un acto de fe, pero el tiempo pondrá las cosas en su lugar.

@AReyesVigueras


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