El legado del premio Nobel de la Paz Barack Obama

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Cumplido el séptimo aniversario en la Casa Blanca, hoy podemos mirar con perspectiva la política exterior del presidente Obama, y calificar con más elementos su herencia

Cuando se anunció que Barack Obama recibiría el Premio Nobel de la Paz en 2009, no había cumplido ni siquiera nueve meses en la Presidencia de EU. El Comité Noruego del Premio Nobel había sucumbido a la ola de simpatía que despertó el primer presidente afroamericano, uno que estaba dispuesto a romper con el legado belicista de su predecesor George W. Bush. Para quienes fuimos sorprendidos por esta decisión, interpretamos más ésta como una condena a la política de Bush que como un reconocimiento a la política de Obama, en ese momento aún en pañales.

Cumplido el séptimo aniversario en la Casa Blanca, hoy podemos mirar con perspectiva la política exterior del presidente Obama, y calificar con más elementos su herencia. Por lo menos, con muchos más de los que tuvieron en su momento los aventurados y precipitados miembros del Comité Noruego.

En su discurso en Oslo, Obama señaló cuatro prioridades en su visión de la paz mundial. La primera, el esfuerzo de construir “una nueva era de compromiso en donde todas las naciones asuman la responsabilidad que les corresponde en el mundo que buscamos. No podemos tolerar un mundo en donde las armas nucleares proliferen (…). Y es por eso que hemos iniciado pasos concretos para lograr un mundo sin armas nucleares”. En este ámbito, podemos apreciar avances relevantes con Irán, los cuales no hubieran sido posibles sin el compromiso de Estados Unidos, aunque el reciente ensayo nuclear norcoreano nos permite concluir que todavía falta mucho para hacer realidad esta noble aspiración.

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La segunda prioridad fue “la creciente amenaza que representa el cambio climático”. El histórico Acuerdo de París del pasado 12 de diciembre, fruto de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, responde a esta aspiración global y define el primer compromiso mundial para enfrentar este gigantesco reto. Muchos factores están detrás de este gran logro diplomático, sin duda el liderazgo de Obama es uno de ellos.

La tercera prioridad fue “el no permitir que las diferencias entre los pueblos definan la forma como nos vemos unos a otros, y es por ello que debemos perseguir un nuevo comienzo entre pueblos y distintas creencias, razas y religiones; uno basado en el interés común y el respeto mutuo”. En este ámbito, el mundo que observamos queda lejos de la aspiración inaugural del presidente estadounidense. El miedo, la intolerancia y el conflicto entre civilizaciones se han avivado desde aquel profundo discurso, que quizá pecó de ingenuo o de inexperiencia en los entresijos de la política internacional. Si bien Obama cumplió con su compromiso de evacuar Afganistán, no por ello apaciguó la región. Y pasar a la historia como el mayor deportador de migrantes lo aleja de ese mundo en armonía que anunciaba con bombo y platillo y que se premiaba con el Nobel de la Paz.

Por último, Obama pidió en ese momento “un inquebrantable compromiso que permita que israelíes y palestinos vivan en paz y en seguridad dentro de sus propias naciones”. Con un diálogo político Estados Unidos-Israel estancado, y una región medio oriental cada vez más inestable, nos permite concluir que la realidad después de siete años de gobierno quedó muy lejos de las legítimas aspiraciones de uno de los presidentes norteamericanos con menor experiencia diplomática.

No cumplir con el cierre de Guantánamo. Dejar correr el conflicto sirio. Ufanarse del poder del arsenal militar de EU en su último Informe de Gobierno. Son hechos que de haberse conocido, quizá hubieran cambiado la decisión de octubre de 2009. Empatar realidad y proyecto sería un mejor criterio para otorgar un Premio Nobel de la Paz. El tiempo es siempre mejor testigo que el discurso para evaluar al mundo que tenemos frente a nosotros.


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