El efecto MALOVA

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La ola triunfadora del PAN en las elecciones del domingo 5 incluyó tres gubernaturas en coalición con el PRD. Éstas se ganaron gracias a un buen trabajo, pero también a que los dos partidos participaron en coalición. Por presentarse juntos se posibilitó el triunfo; de hacerlo por separado, como en Oaxaca, ninguno de los dos habría tenido éxito.

Las coaliciones permiten ganar puestos de elección popular pero no necesariamente que se realicen los programas de los partidos coaligados, sino el particular del candidato electo. Incluso si hubiera un documento firmado antes de la elección en que el candidato se comprometiera a llevar a cabo un programa aceptado por la coalición. Un papel así no tiene más valor que el compromiso del candidato convertido en funcionario, y en todo caso la presión popular que surgiera si él fallara.

Tal fue el caso de Mario López Valdez -conocido como MALOVA-, Gobernador de Sinaloa desde 2010. Después de una larga militancia priísta (15 años al menos) en ese año renunció después de haber sido alcalde y senador de la República porque buscó ser gobernador y su partido escogió a otro. Para no comprometer su comportamiento futuro sólo aceptó ser candidato de una coalición. Tanto PAN como PRD, y más tarde el partido local PAS, lo aceptaron como su candidato.

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MALOVA es un exitoso hombre de negocios en Sinaloa, conocido por sus ferreterías y su constructora. Prometió mejorar la economía del estado, aprovechar el casi millón de hectáreas de riego para detonar el empleo, mejorar la seguridad pública, establecer un Plan de Desarrollo de la Educación y mejorar el Medio Ambiente disminuyendo el uso de químicos y plaguicidas, pero nada cumplió bien. Gobernó como quiso y con quien quiso. Los pocos militantes partidistas que aceptó en un inicio fueron sustituidos por incondicionales, incluso del partido al que renunció.

MALOVA no se comportó como gobernador de origen independiente sino que siguió los cánones del partido al que supuestamente renunció, llevando a cabo políticas públicas no acordadas, nombrando funcionarios cercanos a su persona, no a su compromiso electoral. Realizó obras públicas y compras de vehículos sin licitación pública, asignándolas en forma directa. En suma, MALOVA fue un gobernador priísta encubierto.

Escoger un candidato popular para derrotar al partido que siempre ganaba puede parecer una estrategia válida. Pero sólo para ganar una elección pues no garantiza el buen gobierno. Mientras no se encuentren formas para asegurar que cumpla sus compromisos, que siga las políticas públicas sugeridas, que administre con honradez y que sea transparente no habrá garantía de buen gobierno.

Los partidos y sus fundaciones deben elaborar políticas públicas que sigan los principios y valores partidistas para que sirvan de guía a los gobernadores electos y a futuros candidatos de coalición. Aún los recién electos que participaron sólo bajo las siglas del PAN pueden tener la tentación de seguir un programa de su inspiración y conveniencia. El partido está obligado a encontrar métodos y formas para que los gobiernos emanados de sus siglas contribuyan sin falta al bien común. Sólo así podrá aspirar a conservar la confianza ciudadana.


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