El Claudismo Emerge: ¿Nuevo Caudillismo o Continuidad?

El inicio de la administración de Claudia Sheinbaum Pardo marca un punto de inflexión en la política mexicana. Más allá de la ratificación electoral del proyecto de la llamada Cuarta Transformación (4T), los primeros movimientos de la presidenta sugieren el surgimiento de un estilo de liderazgo propio, que algunos analistas ya denominan «Claudismo«, siguiendo la tradición de corrientes políticas personalizadas como el Cardenismo en el siglo XX o el Lopezobradorismo en el presente. La pregunta central es si estamos ante la simple continuidad del proyecto predecesor o ante la consolidación de un nuevo caudillismo con matices distintivos.

Sin embargo, el claudismo no surge de las cenizas de un régimen derrocado, sino de las grietas sutiles de uno aún tibio: el sexenio de su mentor.

Sheinbaum asumió el poder el 1 de octubre de 2024, heredando un proyecto de la Cuarta Transformación (4T) que prometía erradicar la corrupción, redistribuir la riqueza y priorizar a los «más pobres de los pobres». En sus primeros meses, ha consolidado este marco con una maestría quirúrgica, manteniendo pilares como las transferencias directas a comunidades vulnerables, la expansión de programas sociales y el énfasis en la soberanía energética. La reforma judicial de septiembre de 2024, que impulsó elecciones populares para jueces y magistrados, no solo perpetúa el ímpetu antiélite de AMLO, sino que lo amplifica, posicionando a Sheinbaum como guardiana incuestionable de la «voluntad popular».

La tesis del «Claudismo» se sostiene en la observación de acciones que, si bien discretas, apuntan a una reconfiguración del poder dentro del aparato gubernamental y del movimiento. Un elemento clave es el desplazamiento silencioso de algunos operadores y figuras cercanas al expresidente Andrés Manuel López Obrador, o su reubicación en puestos que, aunque importantes, no poseen el mismo peso estratégico o la visibilidad de sus anteriores encargos. Esta maniobra política, ejecutada con prudencia, contrasta con el estilo más confrontativo del sexenio anterior, y parece indicar una estrategia para afianzar su autoridad y rodearse de un equipo con lealtad directa a su persona y visión de gobierno.

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No obstante, el pulso del claudismo late en los movimientos silenciosos que desplazan a los operadores clave de su antecesor. Figuras como Alfonso Romo, exjefe de la Oficina de la Presidencia, o incluso aliados cercanos en el gabinete como Marcelo Ebrard –quien compitió con ella en la interna de Morena–, han visto su influencia menguar. En su lugar, Sheinbaum ha elevado a un círculo de confianza forjado en sus años como jefa de Gobierno de la Ciudad de México: tecnócratas como Omar García Harfuch en seguridad y economistas alineados con su visión ambientalista y científica. Este relevo no es un cisma ruidoso, como el que fracturó al PRI en los setenta, sino un ajuste táctico que asegura lealtad absoluta. En el Congreso, donde Morena y aliados controlan supermayorías, las iniciativas legislativas fluyen con su sello: desde la regulación de energías renovables hasta la contención de la violencia en estados clave como Guerrero y Michoacán.

La Dualidad: Continuidad del Proyecto vs. Liderazgo Personal

Desde una perspectiva de análisis político, la dualidad entre la continuidad del proyecto político y el encumbramiento de un nuevo liderazgo caudillista es la tensión definitoria de este periodo. En cuanto al proyecto, no hay duda de que Sheinbaum ha refrendado los principios fundamentales de la 4T: la austeridad republicana, el énfasis en los programas sociales, la no injerencia en la autonomía de ciertos órganos (al menos en el discurso inicial) y una visión de desarrollo con base en el bienestar. La plataforma electoral que la llevó al poder es, en esencia, la extensión de las políticas y la narrativa que dominaron el sexenio pasado.

Sin embargo, el caudillismo, como fenómeno político en América Latina, se define por la personalización del poder, donde la figura del líder se convierte en el aglutinador del movimiento, a menudo por encima de las instituciones y los partidos. Si bien el Lopezobradorismo ya había sentado las bases de este modelo, el «Claudismo» buscaría tomar el control total de esa estructura. El desafío de Sheinbaum no es ideológico, sino de autoridad y ejercicio efectivo del poder. Al mover a ciertos cuadros del antiguo régimen, la presidenta envía una señal clara: su administración será la responsable de la toma de decisiones, incluso si el rumbo programático se mantiene.

¿Es esto el nacimiento de un caudillismo renovado? En esencia, sí. México ha sido cuna de líderes carismáticos que encarnan al Estado: Cárdenas con su sombrero charro, AMLO con su mañanera ritual. Sheinbaum, con su doctorado en ingeniería energética y su imagen de mujer racional en un país machista, proyecta un caudillismo moderno, híbrido de ciencia y soberanía. No desmantela la 4T; la personaliza. Su aprobación, rondando el 70% en encuestas de octubre de 2025, refleja esta alquimia: mantiene la base morenista mientras atrae a independientes con promesas de estabilidad climática y equidad de género.

Rasgos Distintivos del Nuevo Liderazgo

A diferencia del estilo carismático, popular e históricamente enfocado en la movilización de masas de su antecesor, el liderazgo de Sheinbaum podría caracterizarse por un enfoque más tecnocrático, ordenado y menos confrontativo con ciertos sectores. Se vislumbra una preferencia por los perfiles técnicos y una gestión más apegada a la disciplina administrativa, lo que podría interpretarse como una «despolitización» de la operación cotidiana del gobierno, en el sentido de reducir la exposición mediática de los conflictos internos.

La consolidación del «Claudismo» dependerá de varios factores. Primero, de su capacidad para manejar la estructura de Morena y mantener cohesionada a una coalición que históricamente se ha unido bajo el liderazgo de una sola figura. Segundo, de la eficacia de sus políticas para enfrentar los desafíos económicos y de seguridad, ya que el éxito de cualquier «ismo» recae en su capacidad para ofrecer resultados tangibles a la base de apoyo. Si logra proyectar una imagen de autonomía y control efectivo, manteniendo al mismo tiempo la popularidad del proyecto de la 4T, el «Claudismo» podría trascender la etiqueta de ser una mera continuación, forjando su propia impronta en la historia política del país.

Conclusión

El análisis preliminar sugiere que el fenómeno que se gesta no es una ruptura con el proyecto de transformación, sino una sucesión de liderazgo que busca ejercer el poder con su propio estilo y a través de sus propios operadores. El «Claudismo», por lo tanto, se perfila como la domesticación y consolidación institucional del movimiento social y político de la 4T, donde la personalidad y visión de la líder se convierten en el nuevo centro gravitacional, un paso necesario para que el poder se transfiera efectivamente y se evite la dualidad de mando. Estamos, sin duda, ante una reconfiguración de la élite de gobierno que merece una observación detenida.

Aun así, sombras acechan. El desplazamiento de «lopezobradoristas» puros podría incubar disidencias en 2027, cuando se perfilen sucesores. Si el claudismo consolida, podría dominar el siglo XXI como el cardenismo lo hizo en el XX, pero con un giro: en una era de cambio climático y polarización global, Sheinbaum no solo hereda un movimiento, sino que lo reinventa como faro de resiliencia progresista. El México de mañana no será de rupturas, sino de continuidades audaces bajo una nueva constelación.


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