‘El Chapo’, el PRI y su caballada

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En menos de tres años se derrumbó el castillo de naipes levantado por los que presumían habilidades y pericia para dirigir al país

Ya no sabemos si reír, llorar o rezar. El regreso del PRI al gobierno federal resultó una cruel tragicomedia; dolorosa para los mexicanos y de hazmerreír en el exterior. En menos de tres años se derrumbó el castillo de naipes levantado por los que presumían habilidades y pericia para dirigir al país. Hoy está claro, no saben, no pueden, no quieren. Se les hizo bolas el engrudo y lo más injurioso es que pretenden servir este grumoso potaje varios sexenios.

Lo del Chapo fue la gota que derramó el vaso de su descalificación. Después de la “fuga de Estado” nada bueno se puede esperar de estos señores. Por más análisis y explicaciones que proporcionen, la conclusión es la misma: lo dejaron ir, igual que a otros legendarios capos. Algo muy turbio y siniestro está detrás de estas extrañas liberaciones. Si hubiese alguna duda de lo que ocurrió, el amparo recién otorgado por la justicia federal para impedir la extradición, fue la declaratoria oficial de la verdad histórica en este vergonzoso episodio. Una fuerte pestilencia sale por los entresijos del régimen convertida en cloaca de impunidad, cinismo y simulación.

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El atractivo mágico de la invocación a las reformas se ha desvanecido. Cierto, los visitantes extranjeros y algunos inversionistas aún corren la cortesía de elogiarlas. Por prudencia diplomática omiten decir que tales transformaciones fueron combatidas y frenadas por quienes ahora se dicen sus artífices; si ahora se lograron fue gracias a la cooperación de una oposición responsable que ellos no supieron ser. Entonces no les importó mantener al país en el rezago. La dimensión del daño que causaron se reveló hace poco con el fracaso de la Ronda Uno en la subasta de los campos petroleros, fallida, entre otras razones, porque la urgente reforma energética llegó con tres lustros de retraso. En suma, de lo positivo que hay en el balance de la administración, los créditos los debe compartir con sus leales adversarios.

Los deportes favoritos del actual grupo en el poder son patear el bote y enriquecerse. Todos los problemas se dejan en el aire, sin respuestas ni correcciones de fondo. Se dictan medidas cosméticas, se apuesta al tiempo y al olvido. A lo que no dan puntapiés es lo que verdaderamente les importa: las maquinaciones electorales y los grandes negocios gestionados desde el poder. No hay freno ni límite. Los escándalos ya tomaron carta de naturalización. Casas blancas, Higas, monárquicas OHL de churumbeles sinvergüenzas y una insaciable banda de antiguos y nuevos saqueadores de presupuestos y exprimidores de usuarios de servicios públicos, proliferan en el territorio nacional. Todos cuentan con socios en la élite que dispone del sello de la República. La doctrina política del modelo Atlacomulco-Pachuca: “Si hay obra, sobra”, es la guía suprema. No hay ley de transparencia ni sistema nacional anticorrupción que les cierre el paso. A carcajadas y contando sus ganancias se disponen a gozar de la mayoría parlamentaria que supuestamente el pueblo les otorgó en las urnas.

Ahora el PRI cambiará de dirigentes y enfilará sus pasos hacia el relevo presidencial. El sexenio se acortó pero el grupo que mueve los hilos quiere mantener su hegemonía. Antes debe superar un grave problema: la cuadra hidalgo-mexiquense no tiene caballo campeón. Hay mejores en otros corrales. Sus escenarios para el futuro son muy negativos; desesperados, con tantos negocios y poder en riesgo, se convertirán en un peligro para México. Ya lo fueron en 1982, en 1988 y en 1994. Para ganar las elecciones no dudaron en destruir la economía nacional, demoler el ahorro y ensombrecer el futuro de las familias mexicanas. Todavía estamos pagando la facturas de aquellos “triunfos” electorales del tricolor.


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