Un vistazo, aunque sea somero a las noticias, columnas y comentarios que aparecen en los medios de comunicación, nos introducen a un México lleno de conflictos, aparentemente sin solución, como los casos de Ayotzinapa y Tlatlaya, como el de la crisis de Pemex y las estadísticas, bien reales, sobre pobreza, desigualdad y marginación, así como las dificultades para legislar sobre transparencia y combate a la corrupción, incluyendo la tan mencionada Ley 3 de 3, todo lo cual nos conduce a una falta de gobernabilidad no sólo en el ámbito federal, con un presidente que prefiere “huir” al extranjero a dar consejos y noticias extraordinarias, cuya aplicación es difícil y contradictoria en el propio México.
Mucho se comenta de cómo México ha estado perdiendo competitividad frente a otras economías, por nuestra pobre capacidad de innovación, por nuestra baja productividad y falta de una verdadera capacitación; pero también se comenta hasta la saciedad el gravísimo problema de la inseguridad y la aparentemente eterna lucha contra el narcotráfico que, como aquel monstruo mitológico, al cortarle una de sus cabezas, se reproducen más, pero que nunca muere ni merma su capacidad de destrucción y contraataque.
Desde un punto de vista, no es lo más importante el que se aprenda o elimine a algunas de las cabecillas y que luego aparezcan varias más, pues uno de los objetivos es precisamente neutralizar lo de “delincuencia organizada”, lo que le daba el que tuviera tres o cuatro cabezas principales que controlaran no sólo los aspectos operativos del “negocio”, sino que tuviera una organización internacional y de infiltración en lo nacional en los tres órdenes de gobierno, incluyendo policías, mandos y sistemas de inteligencia. Es probable que el que ahora haya múltiples cabezas, ha llevado a una “delincuencia desorganizada”, pero es de lamentarse que cada una de esas cabezas tiene bajo sus órdenes un verdadero ejército, con armas y dinero; ejército que se nutre: ¿de dónde?, de tantos jóvenes sin trabajo, de tantos profesionistas que no han encontrado empleo y de tantos pobres y campesinos sin recursos y sin futuro, que encuentran en la siembra y trasiego de drogas la única salida, pero además una “salida gananciosa”, si se compara con los raquíticos resultados de una siembra de temporal o de realizar pequeños trabajos para mal comer y nada más.
Aquí es necesario darse cuenta cómo se enlazan varios de los factores ya mencionados. Por un lado, una economía con crecimientos muy bajos y que no crea suficientes empleos; una educación que no está aportando los profesionistas que la economía requiera y una estructura de educación básica, media y media superior, que no logra formar y capacitar a tantos jóvenes que no quieren o no pueden seguir una carrera universitaria. Esta falta de formación y capacitación ha empujado a esa juventud a engrosar las filas del narcotráfico o, lo que es igualmente dañino, al consumo de estupefacientes, destruyendo así su vida y la de sus familias.
Es evidente que se debe de seguir trabajando en las fuerzas de la economía con reformas fiscales, inversión pública y privada, con salvar a Pemex y con el mejor aprovechamiento de nuestras ventajas como el turismo, las exportaciones automotrices, las remesas, la minería y el consumo interno, que son medidas de aplicación actual, pero ya es hora de que se piense para el largo plazo, que se piense en la educación, en la formación de mexicanos con conciencia y con ciencia; que de verdad aporten ideas y trabajo a esta economía nacional que no logra despegar.
Es evidente también que se debe de seguir trabajando en el combate al narcotráfico, con mejores sistemas de inteligencia, con más y mejores policías, sean federales, estatales o municipales, pues hasta que se cuente con un verdadero ejército policial, coordinado y con una mística común de proteger al ciudadano y policías mejor pagados y mejor capacitados, cuando se podrá pensar en retirar a las fuerzas armadas de las calles y de los cerros, una labor por cierto, para la que no estaban preparados, ni técnica ni mentalmente.
Pero lo que sí debiera de ser más evidente es reorganizar a fondo el sistema educativo nacional, desde las escuelas, sus instalaciones y equipamiento; los maestros, su capacitación, formación y organización sindical; los padres de familia y los alumnos, como personas y como grupo, ver y cuidar a los niños y a los jóvenes como sujetos de derechos y obligaciones en todo momento, pero de esto trataremos en comentarios posteriores.
Cierro estas reflexiones con el muy conocido pensamiento de Pitágoras: “Eduquemos a los niños y no será necesario castigar a los hombres”.
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