La noticia del fallecimiento de Luis Héctor Álvarez motivó en los medios el recuerdo de su trayectoria como valiente ciudadano que enfrentó al sistema autoritario. Líderes de opinión elogian su aportación a la democracia mexicana; destacan su papel en la primera fase de la transición, cuando estuvo al frente del PAN (1987-1993).
El tratamiento de don, otorgado por los mexicanos, era una cortés muestra de gratitud y respeto por su lucha cívico-política. Sus adversarios también se lo dispensaron, reconocían su autoridad moral, sustentada en honestidad y congruencia. Fue persona sencilla y afable, características muy escasas en la clase política de nuestros días, sobrepoblada por individuos pimpantes, corruptos y vacíos.
Don Luis, patriota, le cumplió a México. Su legado es abundante. Quedó registrado en sus memorias Medio siglo. Andanzas de un político a favor de la democracia (Plaza & Janés, 2006); Corazón Indígena. Lucha y esperanza de los pueblos originarios de México (FCE, 2012) y Júbilo y esperanza. Correspondencia entre Manuel Gómez Morin y Luis H. Álvarez 1956-1970 (FCE, 2014).
En Acción Nacional ayer y hoy, una esencia en busca de futuro (Grijalbo, 2014) analizo la historia de este joven “bronco” de los años cincuenta del siglo pasado, su encuentro con el PAN y el trabajo político realizado durante 60 años de leal militancia. Hoy está de moda el simplismo maniqueo de santificar al “ciudadano” que no toma compromisos doctrinales y satanizar a quien se adhiere a una institución con valores y programa. La tramposa distinción se estrella ante la figura de Luis H. Álvarez quien enalteció su ciudadanía como hombre de partido.
El recuerdo de don Luis desnuda a los malos políticos de hoy, en especial a los que se cobijan bajo las siglas del PAN. No hay que engañarse, la recuperación de la legitimidad debe seguir la misma ruta que convirtió a este exitoso empresario textilero juarense en un líder cívico digno y hombre público honorable.
Un político decente es un gran político. Antítesis del hankismo. Don Luis ingresó a la política por sentido del deber y vocación de servicio. Jamás la imaginó como actividad mercantil. Su ejemplo demuestra que la verdadera grandeza nada tiene que ver con ladronerías de alta escuela perpetradas desde el poder.
Un líder auténtico no es celoso y hace equipo. Antípoda del jefe tiránico que persigue o anula a otros liderazgos y se apropia de la organización. El buen líder sabe dar su lugar a otros y los promueve para lograr objetivos comunes. En 1986 el gran don Luis perdió la candidatura a gobernador frente a Francisco Barrio, joven líder emergente. Se sumó entusiasta a su campaña y ofrendó una huelga de hambre por el respeto al voto de los chihuahuenses. Otro ejemplo: en 1988 el PAN puso en la avanzada de su ofensiva electoral a dos gigantes del ciudadanismo panista: Don Luis y Manuel Clouthier. Mancuerna genial. El primero, presidente del partido, cedió toda la cancha a Maquío, candidato presidencial, para que desplegara toda su fuerza. A su vez Clouthier se sometió disciplinadamente a la autoridad institucional, al jefe pluma blanca, como amigablemente llamaba a don Luis.
Los valores, insumo de una estrategia exitosa. Todo lo contrario del pragmatismo inmoral, de la prevaricación por entendimientos individuales en la sombra, extra o antiinstitucionales, tampoco estéril idealismo puro. Quien posee escala de valores discierne alternativas y es flexible para tomar opciones realistas. En esto don Luis dio una lección magistral. En 1987, para potenciar la fuerza del PAN, radicalizó la lucha electoral como resistencia civil pacífica, luego, en 1988, después de la “caída del sistema”, ejecutó un golpe de timón y propuso el diálogo para una transición pactada. La democracia arribó a México.
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