Discursos discordantes

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Si el Presidente de la República exige mayor honestidad es porque se está reconociendo que no la hay.

La tragedia de la política contemporánea es que quienes tenemos alguna responsabilidad
continuamente estamos obligados a elegir entre racionalidad y populismo.
Daniel Innerarity

De alguna forma, un discurso contiene un diagnóstico, un reconocimiento de hechos y un reflejo de nuestra realidad. Si ahí comienzan las distorsiones, el discurso carecerá de propuestas verosímiles y, por tanto, convincentes.

Vivimos hoy una parafernalia de opiniones encontradas, una falta de acuerdos fundamentales, una esquizofrenia en la interpretación de leyes en la que instancias diferentes sustentan sentencias contradictorias. Es sumamente peligroso en una crisis no saber a qué atenerse, continuar en una grave incertidumbre y que no haya compromiso con la verdad ni para asumir sus consecuencias. Doy ejemplos.

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Expresa el presidente Peña Nieto, en el homenaje a José María Morelos y Pavón, haciendo por primera vez una reflexión histórica: “Hoy México es un país libre e independiente, es una república dueña de su propio destino, como la vislumbró Morelos, somos una nación de instituciones, con una efectiva división de poderes y cuya soberanía radica esencial y originariamente en el pueblo (…) Somos una democracia, donde diariamente construimos ciudadanía, con hombres y mujeres que ejercen sus libertades y derechos. Somos una sociedad que cree en la equidad, en la justicia, en la educación de nuestros jóvenes, tal como lo deseó Morelos”.

El núcleo central de los Sentimientos de la Nación del prócer de la Independencia es atemperar opulencia y pobreza. Sorprenden estas afirmaciones, cuando hoy México es el país más desigual de los miembros de la OCDE, el tercero más desigual de América Latina y uno de los desiguales a nivel mundial.

En contraste, Rodolfo Neri Vela señala: “La corrupción de políticos y empresarios ha aumentado descarada y escandalosamente. No hay valores, no hay amor a la patria, no hay generosidad hacia los millones de pobres y analfabetas que abundan en el territorio nacional. Hay mucha simulación, la impunidad está a la orden del día, por ello los mexicanos cada vez creemos menos en quienes nos gobiernan”.

Estas dos interpretaciones de nuestra realidad están ubicadas en los extremos. ¿Tan deteriorada está nuestra capacidad para percibir los hechos?

El Presidente, al asistir al acto del Consejo Coordinador Empresarial, nos exhorta a que “adoptemos una actitud mucho más honesta, comprometida y de actuar con una nueva ética”. Nada confunde más que incorporar conceptos sin definirlos. Si se exige mayor honestidad es porque se está reconociendo que no la hay. Asombra, además, que hable de una nueva ética cuando, desde la cultura griega, ésta es la disciplina que trata sobre el bien y el mal. ¿Qué quiere decir Peña Nieto con una nueva ética? ¿Condescendencia con conductas ilícitas? ¿Complicidad con quienes violan la ley? ¿Impunidad perseverante? Si esta es su propuesta, habrá que reconocerle su congruencia.

En fin, estimado lector, hoy es Nochebuena. Más que confiar en las leyes y en la política, creo que la solución de México está en motivar la sensibilidad ciudadana para que seamos más solidarios. Por lo tanto, me remito a la poesía y concluyo con tres versos.

Del argentino Francisco Luis Bernárdez:

Estar enamorado amigos
es libertarse de sí mismo y estar unido con
las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las
lejanas amarguras.

Del universal Jorge Luis Borges:

Un prodigio de amor le fue otorgado
amar sin la esperanza de ser amado.

Y de nuestro Octavio Paz:

A donde yo soy tú, somos nosotros
el reino de pronombres enlazados.

Después de un inicio de pesadumbre y un final poético, les deseo felicidades y que el año próximo nos renueve la esperanza.


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