Destierro, encierro o entierro

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Dicho terrible que era la amenaza que en el porfirismo enfrentaban los enemigos del régimen. Quien osaba atentar contra las instituciones se encontraba en riesgo de morir, ir a la cárcel o de vivir lejos de los suyos. Algunos gobiernos del viejo PRI también lo usaron para amenazar a quienes intentaban oponerse a los designios del gobernante local en turno, fuera presidente municipal, cacique o gobernador. Muchos creímos que eran cosa del pasado hasta que supimos de Ayotzinapa. Seguramente seguirá habiendo quien amenace de esa manera a nivel local. Hay muchos caciques que se incomodan con dichos, demandas o presiones, aunque rara vez cumplan sus amenazas.

Pero en otras latitudes el dicho sigue vivo en pleno siglo XXI, y no sólo en países dictatoriales de África o del Sudeste Asiático. En América Latina pervive al menos en Venezuela, donde los destierros, encierros y entierros son cosa de todos los días para quienes opinan distinto del supremo gobierno. Al igual que en el México de los siglos XIX y XX, el gobierno venezolano enfrenta a la disidencia con medidas poco modernas.

No sólo supuestas advertencias, sino terribles realidades han trascendido las fronteras del país caribeño. Ante ellas, la opinión pública mundial no se queda callada y clama por ponerle fin. Varios cientos de opositores viven en el exilio desde que Hugo Chávez se hizo del poder, y se han multiplicado desde que Nicolás Maduro lo heredó. Muchos políticos se encuentran en prisión, destacando Leopoldo López, condenado a 13 años de prisión en un juicio farsa montado por el régimen. Pero el asesinato del dirigente opositor Luis Manuel Díaz ahora exhibe nítidamente la terrible amenaza que pende sobre la oposición venezolana.

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La República de Venezuela en 1958 dio al mundo ejemplo de amor a la libertad cuando terminó con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, un caudillo militar que quiso jugar a la democracia simulada. Cuarenta años y ocho periodos presidenciales después, la corrupción y el descrédito de los partidos políticos junto con el fracaso económico de varios gobiernos dieron lugar a una breve revolución, que aunque sofocada, dio pauta a que el carismático Hugo Chávez llegara al poder por medio de las urnas. Cambiada la Constitución, proclamó la República Bolivariana y se mantuvo en el poder a través de elecciones hasta su muerte en 2013.

Nicolás Maduro lo sucede. Con poco carisma y menos recursos, tanto oratorios como financieros, no logra sacar adelante la alicaída economía venezolana que sufre escasez y carestía. Con un precio del petróleo a menos de la mitad del que tuvo su antecesor no puede resolver los problemas económicos y enfrenta agudos problemas políticos y sociales que lo han llevado a extremos inaceptables.

El próximo domingo Venezuela tiene elecciones decisivas. El resultado está en manos de su electorado, pero el mundo estará atento del proceso. Dada la historia de destierros, encierros y entierros en ese país, la opinión pública mundial exige limpieza, transparencia y reconocimiento de quien triunfe, así signifique el fin del gobierno actual. Venezuela merece estar a salvo de cualquier amenaza indebida.


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