Deseo de venganza

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Los recientes sucesos de Paris han despertado animosos sentimientos en muchos países. No acababan de difundir algunas de las matanzas, y antes de saber quien las habían causado, varios jefes de gobierno declararon su solidaridad y su determinación de impedir casos similares. Al mismo tiempo, ciudadanos de los mismos países mostraron su pesar en jornadas de condolencia que dieron la vuelta al mundo.

Antes de someter a quienes dispararon ni identificar a quienes habían colocado los dispositivos explosivos, se señaló al Estado Islámico como el causante. Suponían -ahora se ve que con razón- que ese grupo estaba atrás de esos atentados porque Francia había sido el primer país en colaborar con Estados Unidos cuando decidió apoyar a rebeldes sirios que luchaban en contra del gobierno constituido en Siria. Hace varias semanas sabían que intentarían un ataque sin saber ni dónde ni cuando serían.

Escoger un viernes 13 para llevar a cabo el ataque muestra el lado supersticioso de los atacantes, pero también su complicada estrategia. Atacar tres distintos puntos de la capital francesa cuando en ese día siempre hay concentraciones numerosas, denota una intención perversa, pero también su capacidad de acción. Muestra, además, un fanatismo criminal en contra de una población civil tan inocente como la de los pueblos sitios masacrados por los ataques de la aviación aliada en Siria.

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Los atentados parisinos fueron realizados por personas resentidas por los ataques aéreos en Siria, pues los aliados, en vez de bombardear objetivos militares, destruyeron zonas habitadas y mataron ciudadanos ajenos a la guerra civil. Agraviados, su deseo de venganza los llevó a causar daños a algunos infortunados que estaban en la capital del país atacante que les quedaba más cerca. No eran un objetivo militar, tan sólo el objeto de su deseo de venganza.

Los islamistas se han comportado con la vieja máxima del Antiguo Testamento judeocristiano de «ojo por ojo y diente por diente», pero también el gobierno francés. Nadie intentaría pedirle a los musulmanes que se comporten compasivamente, que limiten su deseo de venganza, pues no está en su cultura. Pero el gobierno francés, teóricamente un país de avanzada en la cultura occidental, debió reaccionar de manera distinta y planear sus acciones de manera distinta, sin deseos de venganza.

Evidentemente Francia tenía que reaccionar ante el terrorismo, pero no hacerlo como lo hizo el régimen nazi durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial. Proteger a la población civil debe ser su primer objetivo, por lo que lanzar una represalia militar sin considerar alternativas sólo escalará el conflicto. El Estado Islámico advierte ahora que repetirá los sucesos de Paris en cualquier país que apoye ataques en su contra.

Desde los ataques del 11 de septiembre (2001) a cada ataque terrorista ha sido seguido de un contraataque occidental que a su vez lleva a más ataques terroristas. Una escalada de violencia alimentada por el mutuo deseo de venganza. Evidentemente debe cambiar la estrategia, y el primer punto que debe cambiar es reconocer que la población civil no es objetivo militar. Proteger a la población civil, incluso a la del adversario, debe ser elemento básico de toda doctrina militar porque si se ataca la población civil del adversario, se pone en riesgo la propia.


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