De los héroes patrios

0
470

A propósito de los días patrios escribí hace un tiempo que durante años se nos enseñó que nuestros héroes ante nada se detenían, que por donde pisaban el campo florecía. Individuos con la mirada más allá del horizonte, con el pensamiento claro, la voluntad inquebrantable y la patria en el corazón se dirigían desde pequeños a su misión. Se nos ocultaron los defectos, los errores, las vidas personales. Se nos entregaban personas de mármol.

Por eso sorprende que Miguel Hidalgo, aparte de dar el Grito, tenía verdadera vocación por la fiesta, el baile y todo lo que implicara desmadre colectivo. No en balde nombró capitán de su ejército y escolta personal a un criminal como lo fue Agustín Marroquín. Liberado de la cárcel al llegar las tropas de Hidalgo a Guadalajara, este hombre que estaba preso por múltiples delitos encontró en el ejército comandado por el cura un vastísimo campo de acción. Fue quien dirigió los fusilamientos de españoles (hombres, mujeres, ancianos, niños) realizados todas las noches durante 15 días en la Perla Tapatía. Marroquín fue apresado de nuevo, esta vez junto con su jefe Hidalgo, y corrió la misma suerte: fue fusilado y su cabeza colgada en la plaza pública.

Sabemos también (se puede consultar el libro Amores mexicanos, de José Manuel Villalpando) que doña Josefa Ortiz era una mujer verdaderamente apasionada en el ámbito de los romances. En lo que para ese entonces era un verdadero escándalo, doña Josefa y don Miguel Domínguez tuvieron una hija un año antes de celebrar su matrimonio, que se llevó a cabo con ocho meses de embarazo del segundo hijo. Doña Josefa también llevó a cabo su muy personal gesta de independencia al aceptar los galanteos del mismísimo Ignacio Allende, con lo que provocó cualquier cantidad de bromas sobre la persona de don Miguel, que al parecer prestaba su casa para algo más que las reuniones clandestinas en las que se planeaba la Independencia. Para septiembre de 1810 la doña tenía tres meses de embarazo. Josefa Ortiz estuvo prisionera en un convento —en el que a la postre sería enterrada— al que tiempo después llegó a vivir como religiosa una hija de Allende que jamás mencionó el nombre de su madre.

-Publicidad-

Una verdadera historia de amor es la de Leona Vicario y Andrés Quintana Roo. «Me llamo Leona y quiero vivir libre como una fiera». Bajo esta divisa, Leona Vicario entregó su fortuna al ejército insurgente y su vida y amor al entonces joven Quintana Roo. Desafiando las convenciones de la época y las advertencias familiares, Leona conseguía información que pasaba a los independentistas y siguió a su amado para ser apresada y entregada por su propio tío. De poco sirvieron los esfuerzos del familiar. Al poco tiempo fue liberada por amigos de Andrés, con quien se casó, y al parecer fueron muy felices. La leyenda de doña Leona figura incluso en compendios de espionaje.


There is no ads to display, Please add some

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí