¿Cuál izquierda?

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La frase lo revela todo. Quién es y será Andrés Manuel López Obrador. Cómo es y será el partido que lidera. Alguien que afirma sin empacho: «Legalizar aborto y matrimonios gay, con respeto, no es tan importante…». Pues sí, no es tan importante si uno no es mujer o gay o minoría o progresista demócrata que defiende los derechos humanos. No es tan importante promover derechos fundamentales si lo que López Obrador quiere es liderar un movimiento cuya única propuesta es combatir la corrupción. No es tan importante pensar en qué hace funcionar a la democracia incluyente, liberal y tolerante si uno no cree en ella. Como no lo hace AMLO y muchos de los que votaron por él. El que se dice líder del proyecto progresista en el país dista de serlo y muchos de sus colaboradores también.

He allí al presidente nacional de Morena -Martí Batres- llamando «traidores a la patria», «vendidos al PRI», «reaccionarios», «derechistas disfrazados» y «panistas de clóset» a quienes anularon su voto. He allí a Morena en sexto lugar de los partidos cuyos candidatos entregaron su currículum al INE para cumplir con una obligación de transparencia. He allí a AMLO ofreciendo «consultar a los ciudadanos» en temas «muy polémicos» como si los derechos de las mujeres se decidieran por referéndum. He allí una plataforma partidista indistinguible en sus planteamientos y su retórica de lo que ofrecían sus adversarios. Plataforma de lugares comunes por la cual votaron tantos ciudadanos pensando que era la única opción. La alternativa honesta. La alternativa de la izquierda «verdadera».

Pues si esa es la izquierda verdadera, habrá que rechazarla. Rehuirla. Denunciar su intolerancia y su ignorancia. Reprochar que sus fobias se vuelvan posiciones partidistas. Recordar a López Obrador pidiendo el voto a mano alzada -de manera profundamente antidemocrática- en el Zócalo para elegir su presidencia legítima. Recordar a Jesusa Rodríguez gritando a través de un megáfono los nombres de los periodistas «traidores» para que fueran linchados por «el pueblo», o después recibieran amenazas de muerte como fue mi caso. Recordar que la agenda progresista que incluye la legalización del aborto y los matrimonios gay triunfó durante el periodo de Marcelo Ebrard, al cual Morena ahora denosta por corrupto.

Y pelear para que Morena no se vuelva aquello que el PRD enarboló en el DF cuando López Obrador gobernó allí. El partido de lo que Roger Bartra llamó el «populismo conservador». Populista porque su base es la relación del jefe con «su pueblo», al margen de las instituciones democráticas de representación. Conservador porque preserva o restaura formas e ideas propias del nacionalismo revolucionario. Por ello los «spots» electorales de Morena no presentaban un proyecto progresista impulsado sino a un AMLO pidiendo que confiáramos en él. Por ello la única agenda legislativa que tiene Morena es tumbar las reformas estructurales de tajo, como si algunas no fueran indispensables o necesarias o modificables por una izquierda moderna.

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Pero el anacronismo de AMLO sigue allí, apoyado por una densa red clientelar calcada sobre la red de mediaciones que construyó el PRI en el país y en la ciudad. El atavismo de AMLO permanece gracias a quienes piensan que es progresista e izquierdista, incluyendo una parte de la intelectualidad -que como bien lo señaló Bartra- ha perdido el equilibrio y la independencia. Aquellos que miran a AMLO de manera acrítica o esquivan la mirada cuando demuestra en realidad quién es y qué piensa. Aquellos que al hacerlo contribuyen a perder la posibilidad de contar con una izquierda moderna y racional. Aquellos que participan en la desmodernización de la izquierda.

Una «izquierda» que deja de ser progresista cuando coloca su destino en manos de un solo hombre, en un líder providencial por más incorruptible que sea. Una «izquierda» que descalifica y lincha en vez de debatir ideas y reformas, proyectos y políticas públicas, medios y fines. Una «izquierda» que ve a la socialdemocracia como una traición en lugar de la única manera de ser electoralmente viable. Una «izquierda» peleada con el mercado que le apuesta todo a la benevolencia del Estado, incapaz de articular cómo va a crear riqueza para después repartirla mejor. Antimoderna, antiglobalista, sin una propuesta de futuro viable, creíble, convincente más allá de la definición de AMLO: «Ser de izquierda significa dos cosas básicamente, o sea: ser honesto y tener buenos sentimientos». Si eso es realmente lo que significa ser de izquierda con razón no existe en México.


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