Cosas de la Navidad

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Todos los años se lleva a cabo el famosísimo intercambio. Una persona normal participa en al menos tres. Por supuesto, nadie queda satisfecho del todo en estos eventos.

Hoy es 24. Es difícil escribir de algo que no sea de Navidad. Me gustan estos días. La gente anda de buenas, hay abrazos, se guardan los pleitos para después y en general todo es dicha. Claro que también hay personas, cosas  y platillos que molestan. Aquí un breve catálogo de la época navideña.

Los grinch. Se trata de personas que andan de malas. A la primera provocación te sueltan una retahíla de su odio navideño. Ejemplo:

—Hola.

-Publicidad-

—Me caga la Navidad.

—¿Pooor?

—No sé, me caga.

—¿No te daban regalos de chiquito o qué?

—Sí, y me cagaban los regalos.

—Pero el ponche, las posadas…

—Me cagan las posadas. Todo el mundo se pone hasta la madre, hace un frío del carajo porque insisten en hacerlas al aire libre. Las nefastas piñatas con los pobres niños ahí mareados que creen que les va a caer oro si rompen la piñata y nomás caen cacahuates y tres chamois.  Ponen cañas y tejocotes ¿Quién se come eso? Por cierto nunca se rompe la piñata, ¿de qué hacen las pinches piñatas, eh? Me cagan las piñatas. Me caga la Navidad.

Y así se la pasan todos los días, agregando elementos a su coraje y anunciando a medio mundo que la Navidad los deprime. Por supuesto, asisten a todas las posadas y fiestas para anunciar su depresión navideña. No se pierden una y hasta son capaces de organizar cenas y brindis con tal de comentar sus fobias decembrinas. Se la pasan bomba en todos lados pero advierten que están deprimidos.

El Pavo. Este animal que aparece una vez en la Navidad, en realidad se queda dos meses entre nosotros. Como si fuese un transformer, toma las formas más inauditas. Se convierte en consomé, en torta, en mole, en pipián, en adobo. En lo que sea te sirven el puto pavo, el grinch diría: me caga el pavo.

Los villancicos. Recuerdo con horror esos cánticos navideños. Ahora sí que por obra de Dios no los cantan en la calle como hacen en otros países. Imagínense los lectores que van caminando muy tranquilos por Reforma y de pronto se topa con un grupo de gente que canta a todo lo que da: caaampana sobre campaaana. Sería terrible. O cruzar una calle y encontrarse con que unos chamacos cantan: los pastores a Belén cooorrenpresurooosos. Sería para pegarse un tiro. Los villancicos son, afortunadamente, una especie en extinción. Ya nadie se los sabe, pero siempre son amenazantes. Me cagan los villancicos, diría el grinch.

El intercambio. Todos los años se lleva a cabo esta famosísima práctica. Una persona normal participa al menos en tres. Por supuesto, nadie queda satisfecho del todo en estos eventos. Por lo general, los participantes compran obsequios que ligeramente pasen el límite mínimo establecido. Si alguien da, por ejemplo, una colección de libros o discos recibe a cambio una tarjeta de regalo de 500 pesos o una charolita con diez buñuelos. El intercambio es el mayor generador de grinchs. La gente sale muy molesta. “Qué mal gusto tiene la gata esa para regalar ropa. Nomás hay que verla vestida para imaginar el regalo”. “¿Por qué me tocó fulanito? Se siente muy intelectual el pendejo y me regaló un libro de Carlos Fuentes. Yo solo leí Juventud en éxtasis y no me gustó. Y ni modo de regalarlo, cualquiera se ofende”. Por eso el grinch siempre dice: me caga el intercambio.

Sea grinch o no quien lea este texto ojalá tenga una feliz Navidad y mucha, mucha suerte con el pavo y el intercambio.


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