Colima: volcán, huracán y anulación

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Los ciudadanos de Colima saben que la mayoría de ellos habían elegido a Preciado como gobernador

Desde que el senador Jorge Luis Preciado se apersonó como bateador emergente en la liza electoral por la gubernatura de Colima, las cuentas alegres del oficialismo comenzaron a fallar. En pocas semanas las encuestas registraron un aumento vertiginoso de las intenciones de voto a su favor, resultado del contraste entre la alegre y popular campaña del candidato del PAN, con el estilo atildado y distante del abanderado tricolor.

Los candidatos fueron como las cumbres de la región: el Volcán de Fuego, activo y espectacular, y el Nevado de Colima, inactivo y glacial. La preciadomanía fue una erupción, encendió la competencia e iluminó la esperanza de cambio en los ciudadanos. El ungido por el centro apostó fríamente a la inercia del aparato.

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Alarmados por el estallido de votos azules que sepultaría su larga hegemonía sobre la entidad, los del PRI se dispusieron a evitar la catástrofe. Aplicaron su añejo recetario de abuso de poder para imponerse. Salieron a relucir las prácticas defraudadoras del voto de todas las épocas: la represión y alteración de resultados de la edad de oro del autoritarismo, la manipulación de programas sociales inventada durante la pretransición, la compra masiva del voto, ahora floreciente en nuestra ojerosa democracia. Pero ni el milagro de que los muertos salieran a votar libró al PRI de la derrota.

El 7 de junio los colimenses se pronunciaron a favor del PAN. Obtuvo la victoria en casi todos los municipios, incluidos la capital del estado y Manzanillo. Conquistó la mayoría en el Congreso local con 11 diputados. Ganó casi todo, pero la gubernatura quedó en vilo. Inexplicablemente, luego de un proceso de cómputo accidentado y confuso, se le obsequió el triunfo al candidato del PRI por 503 votos. En protesta el pueblo se echó a las calles. Colima vivió la manifestación cívica-popular más numerosa de toda su historia.

El caso entró a los meandros del litigio en tribunales. Cuatro meses de ir y venir con pruebas y alegatos. En tanto, en el clima político de la entidad se acumuló una presión inusitada: el 12 de octubre el ex gobernador Moreno Peña, cuadro clave de la clase política que impera siniestramente en la entidad, sufrió un atentado y salvó la vida. Uno más de la serie de acontecimientos trágicos en los que han sucumbido varios ex mandatarios.

Diez días después llegó el huracán de la anulación de los comicios. La Sala Superior del TEPJF, al conocer una prueba superveniente que demostró la intervención determinante de la autoridad estatal a favor del PRI, echó por tierra la victoria de su candidato; ordenó el nombramiento de un gobernador interino y la convocatoria a nuevas elecciones. Hay que decir que el resolutivo anulatorio es extraño. Por un lado no concedió valor a los reclamos sobre las múltiples irregularidades que se dieron durante el proceso electoral y por el otro, tomó una de ellas para hacer justicia. Más allá de la verdad legal que impidió un atropello gigantesco a la voluntad popular, los ciudadanos de Colima saben que la mayoría de ellos habían elegido a Preciado como gobernador.

Al torbellino electoral se le unió el ciclón Patricia, fue amable y causó menos daños de los pronosticados, por supuesto, menores a los desastres de los malos gobiernos. Sus fuertes vientos llevaron al presidente Peña a Colima. Preciado ya estaba en su tierra con los suyos. Ahí se encontraron. En el saludo salió a relucir el rencor que le traen a quien les deshizo sus planes y el designio de frenarlo a la mala en la elección extraordinaria.

El descalabro en Colima puso de mal humor al priísmo. Las relaciones políticas comienzan a crisparse, el tiranosaurio rex brama. Así vamos a la competencia por 12 gubernaturas en 2016. ¿También habrá que recurrir a la CIDH en su momento?


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