En el estado, hay elites pensantes e informadas en muchas ciudades; sin embargo, hay miedo para ejercer la crítica.
¡Oh, Dios, qué gran pueblo si hubiese un gran señor!
Cantar de mio Cid.
Hace casi 500 años, fray Bartolomé de las Casas le dijo a Carlos V: “He visto por mis ojos (…) cometer aquellas gentes las mayores crueldades y más inhumanas (…) y éstas sin alguna causa ni razón, sino solamente por codicia, sed y hambre de oro insaciable de los nuestros”.
Esta situación se ha venido repitiendo en la historia de Chiapas. Los rubros de su desarrollo, desde los niveles de pobreza, hasta los índices de educación, lo confirman. Son escasos los gobernantes con auténtica vocación de servicio y una idea clara de qué hacer desde el poder:
Ángel Albino Corzo (1855-1861). Ejemplo de liberal republicano y de escrúpulo para tomar decisiones.
Emilio Rabasa Estebanell (1891-1894). Con él inicia la modernidad de Chiapas, destaca su obra educativa, el marco jurídico que le da al Estado y a la construcción de caminos.
Ramón Rabasa Estebanell (1905-1911). Digno continuador de la obra de su hermano.
Rafael Pascacio Gamboa (1940-1944). Su obra en salud es referente obligado. Cuando se le preguntó si estaba de acuerdo en aumentar a seis años el periodo de gobierno, declaró: “Me parece muy mal, cuatro años son suficientes para un buen gobernador y demasiados para uno malo”.
Francisco J. Grajales (1948-1952). Organizó el poder y con sus decisiones fortaleció al estado.
Samuel León Brindis (1958-1964). Sencillo, de buenos sentimientos, supo gobernar a su pueblo y ganarse su reconocimiento.
En los demás gobernantes ha calado hondo la cultura del cacique. Para imponer sus decisiones, han utilizado dos instrumentos eficaces: represión y compra de conciencias. A pesar de la alternancia en el poder en el 2000, no se gobernó de manera distinta. La corrupción fue escandalosa, por eso la designación de Juan Sabines como cónsul ha generado tanto malestar.
Los resultados del pasado proceso electoral evidencian el retorno del partido hegemónico. Según cifras del órgano electoral, de las 122 alcaldías, el Verde Ecologista ganó 59, 15 en solitario y 44 en alianzas. El PRI ganó 26 y los seudopartidos financiados por el gobierno lograron 19. Manuel Velasco puede presumir su triunfo en 104 de los 122 municipios y todas las diputaciones, garantizándose un Congreso sumiso.
La farsa comenzó cuando el Congreso local evitó, con subterfugios jurídicos, la celebración de las elecciones federales y estatales el mismo día. De esta manera, la posibilidad de manipulación fue más factible. El caso de Tuxtla Gutiérrez es un atropello a las más elementales reglas de la democracia. Fernando Castellanos Cal y Mayor arrancó campaña con muchos meses de anticipación mediante una simulación de candidatura a diputado federal y, con el sello de la casa, incurrió en actos anticipados en un claro desacato a las leyes.
¿Qué mérito hay en buscar una buena imagen a través de propaganda ilegal y no de un buen gobierno? ¿No se da cuenta Manuel Velasco que el PVEM no es la plataforma idónea de lanzamiento a la Presidencia de la República? ¿Acaso cree que el PRI se va a sumar a su candidatura? ¿Buscará a estas alturas cambiar de camiseta?
Chiapas es un estado enigmático, mágico, diría yo, con una cultura heterogénea que explica su tradición caciquil. Hay elites pensantes e informadas en muchas ciudades; sin embargo, hay miedo para ejercer la crítica. Doce partidos pulverizaron la participación y prostituyeron a la ciudadanía. Basta platicar con sus habitantes para percatarse del grado de descomposición ético-política.
Velasco no tiene ni la más remota idea de qué hacer para beneficiar a su estado. Su frivolidad y su obsesión por el poder se lo impiden. Triste escenario para tan noble pueblo.
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