Cambio de señales

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Por: Alejandro Díaz

Después de varias semanas de buscar cambiar la legislación energética a contrapelo de compromisos adquiridos ahora veremos que el gobierno federal cambia su discurso. No sólo las dos iniciativas presidenciales que se tornaron leyes “sin cambiarles una coma” no han logrado ponerse en práctica sino estamos en vísperas de que escale el conflicto en el ámbito internacional. Aunque se vió ya una maniobra desde Palacio para intentar que la Suprema Corte se pronuncie a favor de ambas leyes aunque violen la Constitución, no hay forma de que pueda influir en otros países ni menos ante tribunales internacionales.

El inquilino de Palacio cree que siguen los tiempos de la Presidencia Imperial (1924-1994) en los que sus antecesores creían decidir todo con sólo su voluntad. Aunque aquellos se sentían que estaban por encima de todos y de todo, incluso de la Constitución y del resto de las leyes, hubo quienes se encargaron de detener de manera eficiente el único intento de reelección presidencial. Desde entonces los medios han hablado de varias posibles intenciones en el mismo sentido pero éstas jamás llegaron a tener una oportunidad real.

Ciertamente por más de 70 años quienes fueron titulares del Poder Ejecutivo Federal ejercían sus facultades casi sin contrapeso. Por eso Vargas Llosa la denominó “la Dictadura Perfecta”. Cada uno decidió sin obstáculo prácticamente cómo gastar los recursos necesarios para llevar a cabo sus proyectos. Impusieron a sus sucesores en forma directa, sin necesidad de asambleas deliberativas, y en más de un caso ignorando los resultados adversos de las elecciones. Fue una época que nadie desea que vuelva a excepción de quienes están enfermos de poder.

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La Dictadura Perfecta no debe volver. Debemos recuperar a la democracia imperfecta que tuvimos entre 1997 y 2018 para perfeccionarla. Ésta no sólo permitió tres alternancias pacíficas del titular del Poder Ejecutivo y que existiera un Poder Legislativo pluripartidista que obligaba a buscar consensos. Ciertamente se dio una enorme corrupción, que ahora se repite de formas similares y en ocasiones innovadoras como cuando se descubre un contubernio en el que participa algún miembro destacado del partido en el poder. Entonces se habla de “aportaciones”, sin investigar.

Mientras hubo un populista en la Casa Blanca el inquilino de Palacio se sintió a sus anchas. Sintió que compartían visiones contra el Cambio Climático y contra las Energías Limpias; que podía sacar provecho en esos y otros ámbitos. Pero el arribo de Joe Biden cambió radicalmente el panorama porque introdujo otras prioridades, precisamente las dos que combatía Trump. La celebración del Día de la Tierra permitirá que la vicepresidente Kamala Harris venga a presionar al gobierno mexicano para que rectifique sus recientes iniciativas energéticas (que aún no están publicadas) que van a contracorriente de las del Presidente Biden.

El inquilino de Palacio no va a ceder fácilmente de sus propuestas, pero va a tener que aceptar dar marcha atrás. A cambio de ello pedirá que los Estados Unidos acepten la mano de obra mexicana y la financiación de muchos de sus proyectos. Pero no podrá insistir en que el petróleo sea la clave del desarrollo. Como país estamos obligados a reducir las emisiones de CO2 y demás gases contaminantes que causan el Cambio Climático para cumplir con el Acuerdo de Paris de 2015.

Pero la vicepresidente Harris también recordará la necesidad de cumplir las obligaciones adquiridas a través de distintos tratados internacionales, incluyendo el Transpacífico, donde se aceptó -siempre de acuerdo con la Constitución- la competencia privada en temas energéticos. Va a poner fin al abandono del Estado de Derecho que intenta hacer el inquilino de Palacio.


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