Hay una obligación moral de ayudar a salir de la pobreza a quienes sufren en ella, y la aún mayor de impedir que sigan viviendo en la miseria los más desafortunados. En el siglo XXI ambos males serán erradicados en México cuando todos unamos esfuerzos y los gobiernos hagan su tarea. Ésta es difícil, pero no puede aplazarse más. Desde 1813, José Ma. Morelos en Los Sentimientos de la Nación, expresó la necesidad de moderar la miseria (y la opulencia, que será motivo de otra colaboración), y después de más de 200 años no alcanzamos ese ideal.
No hay justificación alguna para que alguien pase hambre en México. La producción de alimentos es suficiente para la población actual, y sobra. Quienes hoy sufran hambre por falta de ingresos deben encontrar apoyo en instituciones gubernamentales y en fundaciones de la sociedad civil. No hablo de que sean alimentados en forma permanente, pero sí mientras encuentran un empleo pagado o son capacitados para lograr uno.
No se trata de que autoridades y particulares compitan para cumplir esta primera tarea sino de actuar coordinadamente para lograrlo. Hay recursos, y se dice que también hay voluntad, por lo que no hay excusa para hacerlo realidad a la brevedad. Ya hay fundaciones y asociaciones civiles que hacen su parte, pero si el objetivo es terminar con él hambre ya, falta que hagan su parte los distintos niveles de gobierno, apoyados por el resto de la población en forma organizada.
Cuando se avance en esta tarea, aún faltará mucho por hacer: Los ayuntamientos (y el gobierno de la Ciudad de México) tienen que encontrar la forma de dar albergue temporal a quienes hoy duermen en la calle en su ámbito. Los ciudadanos aún no comprometidos deben apoyar en la medida de su tiempo y sus recursos a la fundación o asociación de su preferencia que se dedique a atender las necesidades de los menos favorecidos.
Hay cientos de ellas que recolectan alimentos que restaurantes, supermercados y centrales de abasto no pueden comercializar, y los entregan a albergues y casas hogar. Otras ayudan a que lo que grupos indígenas fabrican con sus manos llegue a compradores que los pagan a precio justo. Otras albergan y alimentan a niños en situación de calle. Incluso hay restaurantes y cafeterías que promueven entre sus clientes regulares el pago por el consumo de quien lo requiere y no puede pagarlo.
La tarea es inmensa y nadie tiene derecho a excusarse de ella. Invito a los lectores a conocer las distintas fundaciones y asociaciones para encontrar la que merezca ser apoyada. Sobre todo aquellas que buscan terminar con el hambre y dar cobijo (y capacitación) a quien duerme en la calle, pero también aquellas que hacen que los apoyos que colectan lleguen efectiva y rápidamente a los necesitados.
El hambre y la miseria dejarán de existir en la medida en que seamos solidarios y no nos refugiemos en el egoísmo. Colaboremos todos por un México mejor.
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