Acaban de pasar las elecciones tanto en España como en México y ambos gobiernos se comportan como si los respectivos resultados les fueran totalmente satisfactorios. Mariano Rajoy y Enrique Peña se dicen triunfadores ante un incrédulo público que los ve presumir un momento que se asemeja al cuento de El Traje del Emperador de los hermanos Grimm. Ciertamente ambos mandatarios continuarán en el poder por el momento, pero harían bien en reconocer que no lograron convencer a más votantes que en el pasado, y que retrocedieron.
Como perdieron miles de votos ante partidos pequeños y no ante sus adversarios tradicionales, se permiten presumir un triunfo, aunque sea pírrico. De seguir esa tendencia difícilmente sobrevivirán otra elección y pasarán a la historia en malos términos. Si quieren salvar su gobierno están obligados a cambiar de estrategia, y quizá hasta de estrategas, aunque sean sus amigos. Aferrarse al no pasa nada sólo aumentará la sangría de votos perdidos, en su camino cuesta abajo.
En España el surgimiento de Podemos y de Ciudadanos logró apropiarse de miles de votos que obligarán a los dos partidos mayores a compartir el poder en varias comunidades e infinidad de ayuntamientos, a hacer pactos para poder gobernar. Mientras tanto en México no hemos hablado de lo que partidos aliados al PRI van a obtener por dar su apoyo, ni de lo que legisladores de partidos con menos del 10% demandaran para hacer sentir el peso de su voto a través de -quizá inconfesables-negociaciones. Sobre todo mientras el gobierno no dé muestra de querer cambiar.
Cada voto depositado en las urnas -en ambos países- representa la opinión de un elector, como también lo representa cada voto no depositado, y que por no tener repercusiones legales es ignorado. De los millones de electores (82 en el caso de México y 35 en el de España), más de la mitad no votaron en el nuestro y una tercera parte en el europeo. Población considerable que no puede seguir siendo ignorada.
Tampoco los gobiernos de ambos países pueden seguir presumiendo que tienen el mandato de la mayoría cuando en el mejor de los casos son la minoría más grande. La votación que recibieron es pequeña comparada con el número de ciudadanos empadronados (el 13% en México y el 22% en España). Para gobernar con el apoyo de todos falta mucho por hacer.
Por un misterio muy bien guardado, en México ningún partido de oposición ni ningún candidato habló en contra de la Reforma Fiscal que no ha gustado a ningún sector económico y que ha generado resentimientos tanto de empresarios como de pequeños causantes. Tampoco la aplicación de la Reforma Educativa, que tantos problemas provoca, nunca fue argumentada ni a favor ni en contra por ningún partido.
Dos temas ausentes de la campaña electoral mexicana, pero no de la vida cotidiana. Y tarde o temprano nuestro gobierno deberá corregir, porque los problemas, y el descontento, seguirán creciendo hasta hacerse ingobernables… o ser parte de la elección del 2018.
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