Apostar el resto, un acto de confección

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  • Nuevo libro, digital, de Jaime García Chávez
  • La presentación será el jueves 15 de octubre de 2015, en Casa Chihuahua, a las 20:00 hrs.
  • Presentadores y comentaristas: Rubén Mejía, Mariela Castro Flores, Liliana Poveda
  • Libro dedicado a la memoria de Federico Ferro Gay

 En Apostar el resto Jaime García Chávez nos entrega, aunque no lo parezca, la más intimista de sus obras, quizá la más personal; conceptos que de acuerdo a sus reflexiones intelectuales y políticas no podrían traducirse de otro modo que no sea el sincretismo con sus preocupaciones sociales, sobre todo cuando se ha andado una tierra y una nación tan entrañable para él como la geografía misma de sus recuerdos, tan indivisiblemente gozosos y dolorosos.

Aquí, ahora, el escritor camarguense, y también periodista y político de filias socialdemócratas, nos contagia, por ejemplo, de su respeto por Hölderlin, de su admiración por López Velarde y hasta de su relación tan freudiana con Marx; o mejor dicho, con todo lo que éste desató, sin saberlo, en el mundo, para beneplácito de unos y deshonra de otros. Y nos transfiere el inusitado esplendor literario de sus hallazgos, que tanto le ha ocupado a lo largo de su vida, algo que sólo es posible descubrir en la paciencia de las horas y el empeño de los días. Por eso es capaz de encontrar gracia y sobriedad en fragmentos biográficos de personajes que van desde Nelson Mandela a Martha De los Ríos, de Gilberto Rincón Gallardo a Domitila Barrios, de Sofía Loren a Agustín Andreu, de Ravi Shankar a Jaime Pérez Mendoza, de Miguel Nazar Haro a Rogelio Treviño, de los Beatles a Luis K. Fong, de Lorenzo Zambrano a Jorge, el rarámuri cuyo suicidio no sólo fue desgarrador para su familia, sino para una sociedad lastimada de antaño.

Entre la fraternidad y la crítica, entre lo íntimo y lo público, Apostar el resto es un acto de confección, un entramado que se potencia en la medida en que se refuta tesoneramente la impostura de una realidad construida por quienes se reconocen como los dominantes de la historia, de la cultura, del arte, del poder político y económico, en contraste con los que resisten siempre y cuyas historias de dignidad, sin fatalidad alguna, florecen también entre sus páginas.

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No es de extrañar la versatilidad de quien fuera hijo del cácaro del pueblo, del impresor y periodista, del sindicalista de los años cincuenta. El sutil encanto de la enseñanza estaba ahí: observar, participar y aprender. García Chávez entonces no tenía que escribir para que lo quisieran, como diría García Lorca. Tampoco hoy, que se ha tornado en voz fundamental para entender al Chihuahua contemporáneo y que, mediante un proceso experimental, se lanza ahora a publicar un libro electrónico, como una especie de capítulo de actualización, suya y nuestra.

Pero qué se puede esperar de un adicto a las canciones de Agustín Lara, de un aficionado a Borges, de un inspirado en la Ilustración y de un practicante del liberalismo juarista. Al menos un libro como este. Como lectores, y acostumbrados como estamos a la narrativa garciachavina, podríamos cerrar el justo trato de acompañarnos mutuamente en sus cavilaciones sobre la cultura y la política del tiempo que nos ha tocado vivir, de sus apasionados discursos contra el autoritarismo y de su generosa introspección sobre lo que no tiene remedio: la belleza.

Nada hay más personal que escribir un libro y esto se advierte en la obra de referencia. Sobre la obra y con sus propias palabras, el autor nos revela:

“Este es, pues, el recuento de mi escritura como un quehacer público, como ejercicio democrático, en la constante interpelación propia y hacia los otros, las otras. Convoco a la palabra para que nos recuerde quiénes somos y para repetir que merecemos un mejor destino, un mejor país, como un quehacer público que se nutre de ideas que duelen, sin morderse las uñas ni hurgarse los dientes, y también sin desdén alguno de las que son una caricia para el espíritu. Hablo de lo que me resta y quiero hinchar las velas de mi barca con el aliento de una breve y profunda divisa que me regaló John Milton, el de El paraíso perdido, que parafraseo así: busquemos definir las fuerzas que nos puedan dar las propias ilusiones, o al menos qué resolución podemos obtener de nuestra desesperanza”.


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