La elección de 2027 será no solo la que más cargos tenga en disputa en la historia del país, sino también una de las más complejas de las que se tenga memoria.
Que tengamos que elegir 500 diputados federales, 17 gubernaturas, 31 legislaturas locales, más las alcaldías y presidencias municipales respectivas, a lo que se suma la elección judicial de más de 800 jueces y magistrados federales y más de dos mil cargos judiciales en los estados, dimensiona el enorme escenario que tendremos en dichos comicios. Este panorama podría complicarse aún más si Morena logra su objetivo de incorporar la consulta para la revocación de mandato, la cual dejaría de ser una petición ciudadana para convertirse en parte de la estrategia electoral del partido en el poder.
Es claro que la apuesta morenista radica en desmotivar la asistencia y que el abstencionismo les ayude a ganar espacios —como sucedió con la pasada elección judicial que registró una participación de apenas el 13% de los electores—. Además, buscan que su estructura de movilización sea la que les dé el triunfo en una cita a las casillas que resultará más tardada para los votantes.
La oposición no solo luce sin rumbo, sino que es muy posible que el PAN, PRI y MC acudan en solitario —sin alianzas—, lo cual beneficia directamente a Morena, que sí competirá acompañada de sus socios electorales, el PT y el PVEM. De los nuevos partidos que obtengan su registro en 2026, no se esperan grandes sorpresas, pero sí que ayuden a fragmentar el voto opositor para que el partido oficial mantenga el poder.
Existe una fuerte expectativa de voto de castigo en contra de Morena, sobre todo luego de las manifestaciones recientes, como la de la Generación Z o la motivada por la muerte de Carlos Manzo. De hecho, en algunos estados, como Michoacán, las encuestas ya comienzan a registrar a candidatos que no pertenecen a este partido en los primeros lugares de las preferencias electorales.
Asimismo, es posible que los escándalos que hemos atestiguado —por presunta corrupción, ostentación de lujos y actos propios de cualquier autoritarismo— de parte de militantes de Morena continúen en 2026. Este escenario adverso podría obligar al partido a apostar todo a su clientela electoral que recibe beneficios de los programas sociales.
El 2026 será, por tanto, un año cargado de escándalos en contra de Morena, de movimientos en los partidos de oposición para recuperar el terreno perdido, de campañas anticipadas de aquellos políticos que anteponen su ambición a cualquier otra consideración y, muy posiblemente, de una radicalización mayor de parte del gobierno de Claudia Sheinbaum.
Las protestas pueden escalar, la inconformidad también, pero el verdadero desafío es ver si la oposición logra capitalizar todo esto y ofrecer una alternativa atractiva para los electores o si, por el contrario, se impondrá —una vez más— la estrategia del partido oficial para mantenerse en el poder a pesar del descontento de muchos ciudadanos con su forma de gobernar.
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