México rompió relaciones con Perú.
Y no, no es una sorpresa. Es solo una nueva prueba del desastre diplomático que vivimos bajo un gobierno que ha hecho de la política exterior una sucursal de la impunidad y propaganda.
La decisión de dar asilo a una ex primera ministra peruana acusada de corrupción fue la chispa, pero el incendio lo provocó la soberbia y el desprecio por las reglas. En lugar de dialogar, de actuar con prudencia y respeto, el gobierno mexicano optó por el pleito, la confrontación y el show ideológico.
Lo que alguna vez fue orgullo nacional —la diplomacia mexicana— hoy se ha convertido en refugio de corruptos, dictadores y prófugos de la justicia.
Se gobierna como si el país fuera una pandilla, no una república. México se ha vuelto un país gánster, donde los “amigos” del poder se protegen entre sí y donde el crimen se justifica con discursos de soberanía.
Durante décadas, México fue un referente moral y político en América Latina. Fue el país que mediaba, que abría puertas, que buscaba la paz.
Hoy, somos el país que rompe relaciones, ofende aliados y protege a delincuentes.
El prestigio que generaciones de diplomáticos construyeron con inteligencia, trabajo y honor, ha sido destruido por un grupo de improvisados con hambre de aplausos y poder.
Este gobierno no defiende la soberanía, defiende la impunidad.
No busca justicia, busca venganza.
No protege al pueblo, protege a los suyos.
Y mientras tanto, México se hunde.
Se hunde en el descrédito internacional, en la desconfianza de sus socios comerciales y en la burla de las naciones que alguna vez nos admiraron.
Hoy, cuando Perú anuncia el rompimiento de relaciones, no solo se rompe un vínculo diplomático: se rompe la dignidad de un país que fue ejemplo en el mundo.
El desplegado de Verdad para México, firmado por ciudadanos de bien, lo dice claro:
“La actual administración ha convertido la diplomacia en un instrumento de propaganda política, privilegiando afinidades ideológicas y personales por encima del interés nacional”.
Esa frase es el retrato fiel de lo que hoy padecemos.
Un país gobernado no con cabeza ni con principios, sino con resentimiento, ideología y cálculo político.
Las consecuencias de esta torpeza no se limitan al ámbito diplomático: afectan la economía, las inversiones, el comercio y, sobre todo, la imagen de todos los mexicanos en el extranjero.
Cada ruptura, cada insulto, cada capricho presidencial nos aleja más del respeto internacional y nos acerca al aislamiento y al desprecio.
No se puede gobernar con berrinches ni manejar la política exterior como si fuera un mitin.
México no es propiedad del gobierno, es una nación con historia, con voz y con orgullo.
Pero este gobierno lo ha olvidado y actúa como si la patria fuera una extensión de su partido, una guarida para narcopolíticos, dictadores amigos y estafadores de su país.
México no puede seguir siendo el santuario de quienes huyen de la justicia.
No se puede llamar “soberanía” a encubrir ladrones ni “diplomacia” a proteger delincuentes.
Esa no es política exterior, es complicidad.
Y la complicidad también es corrupción.
Este rompimiento con Perú no es un hecho aislado: es el reflejo de una política exterior de rodillas, servil ante los tiranos y prepotente con los países democráticos.
Una diplomacia de los delincuentes, hecha a la medida de los que mandan, no de los que sirven.
México debe recuperar su dignidad, su voz y su lugar en el mundo.
Y eso no se logra con gritos ni con soberbia.
Se logra con verdad, con ley y con respeto.
Porque si algo merece este país, es volver a ser una nación que inspire respeto, no lástima.
Y si este gobierno no lo entiende, que el pueblo se lo recuerde.
@EnriqueDavilaV



























