2016, año para la producción nacional

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Este año nuevo, como todos los anteriores, se presenta cargado de incógnitas, todas ellas agoreras. Estará repleto de campañas electorales que esperamos sean constructivas y con propuestas que traigan beneficios a los estados. Muchas tendrán como telón de fondo la feria política que se desencadenará en 2018. En 2016, cuarto año del actual gobierno, tendrá que avanzarse en los ,varios, programas de reestructuración sectorial que se han echado a andar.

Un asunto de máxima importancia es el de reparar nuestro sistema de educación tan gravemente lastrado por los abusos sindicales y burocráticos que hemos tolerado.

La otra gran prioridad es la de aumentar la producción nacional, tanto industrial como de servicios, para contar con una abundante oferta exportable cuya venta nos asegure suficientes divisas para cubrir el valor de lo que importamos.

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Dado el persistente déficit en nuestra balanza comercial para nivelar nuestras finanzas, requerimos las remesas de nuestros connacionales en el exterior, atraer inversiones extranjeras y, cuando el total de lo anterior no basta, proceder a pedir prestado fondos del exterior lo que aumenta nuestra deuda externa.

El desarrollo socialmente equilibrado a que aspiramos exige que aumentemos drásticamente nuestra producción para nivelar nuestro comercio exterior y evitar que sus repetidos déficit continúen lastrando a la economía y, desde luego, atender con nuestros propios productos la demanda interna.

Insistir en que la solución del problema consiste en aumentar el índice de “productividad” como medio principal para alcanzar la madurez del país es distraer la atención a la simultánea urgencia de aumentar el otro índice nacional crítico que es el de crear empleos.

El total de nuestra producción de bienes y servicios es muy inferior al nivel al que estamos acostumbrados y que es capaz. La balanza comercial es consistentemente negativa.

La estructura socioeconómica nacional no ha respondido a dichos retos. Además, de que el grueso de nuestra población carece de un adecuado promedio educativo y preparación productiva, tampoco es suficiente el número de puestos de trabajo formal en relación con la abundante fuerza laboral de que México dispone. Ambos hechos describen uno de los problemas más agudos que frenan el desarrollo económico integral.

Es usual atribuir la insuficiencia de nuestra producción a la baja “productividad” del trabajador mexicano, misma que habrá que aumentar aplicando en cada empresa diversos sistemas de administración de recursos humanos para mejorar rendimientos.

Esa limitada perspectiva en realidad señala que hay que ingeniarnos para hacer que los trabajadores, formales o no, rindan un volumen mayor de unidades de artículos o de servicios en relación con los salarios que perciben.

Este planteamiento relega la creación de nuevos empleos a un segundo término: primero hay que obtener de los empleados mayores rendimientos, y sólo entonces considerar aumentar el número de puestos.

Es obvio que no sólo se trata de aumentar el número puestos de trabajo para que el país sea productivo. Sin el debido adiestramiento y capacitación impartidos por los empleadores, no puede esperarse que el total de la producción de bienes y servicios aumente. Hay que evitar caer en la falacia inversa de que con aumentar la productividad no habría que aumentar el empleo.

El aumento de la producción nacional en su conjunto es el resultado del aumento del número de empleos “productivos”. Si no hay que aumentar el número de empleos sin asegurar su “productividad” tampoco una mayor “productividad” nos releva de crear más puestos de trabajo. Ambos factores son simultáneos para que un país en desarrollo como México asegure suficientes oportunidades de empleo a su población.

Los centenares de candidatos a puestos públicos que entrarán en campaña en 2016 deben incluir en sus discursos propuestas para coordinar las fuerzas económicas, públicas y privadas, para a la vez que se creen empleos y se consolide una fuerza laboral “productiva” y capacitada para vencer la competencia internacional que a diario se arrecia en los intricados canales del comercio exterior.

Entre tanto, reciba, querido lector, mi más afectuoso saludo navideño y de nuevo año.


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