¿Y los mexicanos qué vamos a hacer por nosotros mismos?

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Se encendieron las luces ámbar en el tablero de las emergencias nacionales. El país se estremece ante la concreción de una grave amenaza desde exterior; no proviene de una lejana latitud, sino de la cercana frontera norte: Donald Trump, el antimexicano más agresivo de los últimos tiempos, ya es candidato presidencial.

Que un enemigo de México pueda ser presidente de Estados Unidos no es cosa menor. Si bien el equilibrio de poderes de la democracia estadounidense puede atemperar y atajar las animadversiones personales de quien ocupa la Casa Blanca, nada asegura blindaje contra las ofensivas desplegadas desde la oficina oval.

Los niveles de riesgo son altos porque la mexicanofobia del abanderado del GOP (El Gran Partido Viejo) es compartida por amplios segmentos del electorado y presiona a los aspirantes a congresistas. Condensa varios elementos: frustraciones acumuladas entre los perdedores de la tercera globalización que integró los mercados y desvaneció las economías nacionales; las tensiones provocadas por la perenne migración de los seres humanos. Es una reacción a la simplificación demagógica de problemas complejos, exacerbada por el discurso y el programa del duce republicano.

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Frente al peligro, en México las posiciones son distintas: el gobierno nada de muertito para no incomodar a nadie, notoria la tímida actitud de Peña Nieto en su reciente encuentro con Obama y sobre todo, la apresurada rendición de la plaza del TLC en las declaraciones de la secretaria Ruiz Massieu. Otra es apostarle al trabajo de reconstrucción de una imagen positiva de México en EU. Tendría resultados a mediano y largo plazos, pero no diluye la inminencia del riesgo. Una más es de quienes piden enfrentar a las fuerzas del nativismo, la xenofobia y el aislacionismo del Make America Great Again trumpista, con el estéril furor nacionalista del grito ¡Viva México cabrones!

Nada de esto va a servir si se piensa encarar el resultado de las elecciones estadounidenses exclusivamente de aquel lado del Río Bravo. La verdadera defensa está en nuestro terreno y entre nosotros. En lugar de agacharnos o pintarnos la cara de apache, los mexicanos ya deberíamos estar preparando un plan nacional de emergencia, preventivo e integral; económico, social y regional.

Vamos tarde en la conformación de un comité de unidad nacional, integrado por liderazgos de alto nivel moral y cívico, representativos de todos los sectores sociales y regiones, de cuanta corriente política, ideológica, religiosa y cultural exista en la sociedad mexicana, que asuma la tarea de preparar escenarios, estrategias, acciones y nos convoque a colaborar con las medidas que será necesario implementar, para anticiparnos a las consecuencias de un eventual colapso de las relaciones México-EU como hasta ahora se han desarrollado.

No es una utopía. En momentos de grave emergencia los mexicanos nos hemos unido; la solidaridad brilló en el sismo de 1985 y sucede siempre en casos de desastres naturales. También demostramos un alto nivel de colaboración y civismo en la emergencia sanitaria por el surgimiento de la pandemia de gripe A H1N1 en 2009. Esos casos, aún con su carga de dolor y muerte, no se comparan con la capacidad destructiva de Trump. Enrique Krauze no titubea al identificar su malquerencia a México como una guerra comercial, económica, social, étnica, ecológica, estratégica y jurídica. (La urgencia de parar a Trump, El País, 27 jun. 16).

La historia nos vuelve a interpelar ¿los mexicanos escribiremos nuevamente una página ejemplar o repetiremos la vergüenza de la desunión facciosa de la guerra de 1847? Para comenzar, ante este gigantesco reto, calibremos la generosidad y el patriotismo de los autopostulados precandidatos presidenciales.


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