Aunque como lingua franca el inglés lo supere en números, el español es la lengua materna más hablada del planeta, sumando más de 500 millones de hispanoparlantes en todos los continentes y sirviendo de aglutinante para compartir, además de antecedentes históricos, la comunicación directa que nos enlaza en lo cultural, político, económico y científico.
Inaugurado el martes pasado en San Juan de Puerto Rico por Felipe VI, el VII Congreso Internacional de la Lengua Española bajo el signo Lengua Española y Creatividad, portó un significado especial como afirmación de la identidad nacional puertorriqueña, país en el que el español se ha mantenido como idioma oficial en contraste con Filipinas, donde la política norteamericana acabó por eliminarlo en 1976, dejando de enseñarse en las escuelas en 1987.
Uno de los ejes temáticos del VII Congreso, El Español en el Mundo: Unidad y Diversidad, destacó el trabajo que realizan las 22 academias nacionales de la lengua dedicadas a “conservar, velar por la pureza y el perfeccionamiento de la lengua española”. Esta tarea implica mantener limpio y dar esplendor a un idioma que hoy es víctima sin defensores exitosos de la implacable andanada que injerta en nuestra comunicación palabras y modismos traducidos del inglés que desplazan a un español correcto.
Tanto por ignorancia, malinchismo o simple negligencia, a diario aparecen en la conversación palabras y frases ajenas a nuestra cultura y sin más carta de presentación que la contaminación que se contrajo, en el mejor de los casos, en estudios en el extranjero. El problema no sólo es nuestro. Se sufre en la misma España.
Al lado de sus diccionarios, refraneros y la periódica admisión de nuevas voces a nuestro léxico, la Academia Mexicana revisa la ortografía de las placas de calles en la Ciudad de México. Faltaría, empero, la tarea que urge de purgar al idioma de extranjerismos indeseables e innecesarios.
Palabras y frases enteras en inglés se infiltran en el uso diario: “al final del día” es uno de los giros favoritos importados de escuelas norteamericanas al lado del inefable paradigma de “ganar ganar”. Los anuncios en los medios están sembrados de términos publicitarios para vender automóviles, perfumes y licores tan extraños como “Go forward, dare greatly”, “Innovation that excites”, “Curved comfortably around your eyes”, “Guilty pleasures”, “Will you choose good or great?”; “It looks expensive.. It is”. La lista se alarga en revistas de moda o de corazón en las que aparecen “Rainbow colors”, sillón “bubble”, “Groomer’s choice”, “Spring fever 2016”. Pero es que los empresarios sólo saben de ventas y sus publicistas dan por un hecho que el prospecto mexicano domina el inglés.
No sorprende encontrar por doquier instrucciones en inglés: en elevadores, estacionamientos y otros aparatos de uso público y hasta en las indicaciones en las computadoras y aparatos de internet. Al fabricante nadie le exigió rotular en español.
Frente a esta cruda realidad, la defensa del español es uno de los Nuevos retos de la política lingüística panhispánica que se mencionó en el congreso en Puerto Rico. En efecto, la identidad y dignidad personal están muy ligadas al idioma que se habla. El papel del lenguaje es insustituible para defender el valor del individuo frente a la globalización o el asedio antinacional. Los migrantes forzados a cambiar de hogar, sin llevar más patrimonio que el idioma que hablan, se aferran a sus lenguajes para mantener vivos los vínculos esenciales de su familia y su nación. Así es de importante el asunto.
Este año recordamos a Miguel de Cervantes quien, al igual que Shakespeare, murió hace 400 años. El español, no así el inglés, nos llega transcurriendo siglos, claro y sin problemáticos arcaísmos. Es de alta prioridad defender que nuestro idioma siga así, limpio de interferencias indeseables que lo deterioren. La limpieza del español es la principal responsabilidad de las academias de la lengua española.
Debe establecerse la obligación de traducir al español las frases, membretes o anuncios. De no cumplirse con esta tarea, el español seguirá el proceso de deterioro donde la intencionada anglomanía de algunos, aliada al descuido general, acaben siendo los árbitros de nuestro idioma.
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