La presidencia de Claudia Sheinbaum, quien asumió el cargo en octubre de 2024, está pagando el costo por dar la cara ante las polémicas provocadas por algunos de sus compañeros de partido. A un año de su mandato, la mandataria enfrenta un desafío creciente: defender a figuras controvertidas de Morena como Adán Augusto López Hernández y Gerardo Fernández Noroña. Esta lealtad partidista, aunque estratégica para mantener la cohesión interna, está erosionando su imagen y afectando las perspectivas electorales del partido oficialista. Basado en reportes recientes, este informe detalla las controversias, las respuestas de Sheinbaum y sus implicaciones.
Adán Augusto López Hernández, coordinador de Morena en el Senado y exsecretario de Gobernación bajo Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha sido centro de escándalos que cuestionan su integridad. En septiembre de 2025, surgió una denuncia por no declarar 79 millones de pesos en ingresos, vinculados a posibles conflictos de interés durante su gestión. Además, un escándalo de corrupción revelado en agosto por The New York Times lo ligó a funcionarios prófugos acusados de liderar grupos criminales. López Hernández ha negado las acusaciones, afirmando que enfrentará las denuncias sin preocupación y manteniendo una relación respetuosa con Sheinbaum. Sin embargo, reportes indican tensiones, como una supuesta llamada donde amenazó a la presidenta por presunto «fuego amigo» desde su gobierno. Sheinbaum ha defendido públicamente a López Hernández, rechazando las quejas en el Senado como infundadas y pidiendo solo una aclaración sobre los fondos, sin acciones drásticas. En su mañanera de octubre, minimizó el asunto, enfatizando la unidad de Morena y negando divisiones internas.
Similarmente, Gerardo Fernández Noroña, expresidente del Senado, ejemplifica un cinismo que choca con la narrativa de austeridad de la 4T. En agosto de 2025, estalló la polémica por su compra de una casa de 12 millones de pesos en Tepoztlán, Morelos, que contrastaba con su discurso de izquierda. Noroña respondió con desdén, argumentando que era un «asunto privado» y acusando a críticos de envidia. Además, su actitud confrontacional se evidenció en una trifulca con Alejandro Moreno del PRI, donde Sheinbaum lo respaldó, afirmando que fue agredido. La presidenta ha minimizado estos incidentes, declarando en rueda de prensa que no coincidir con todas las declaraciones de Noroña no implica ruptura, y que el escándalo inmobiliario es exagerado: «¿Para qué hacen un escándalo?». Esta defensa resalta su compromiso con aliados de AMLO, pero revela una evasión de responsabilidades que Noroña ha mostrado al priorizar retórica sobre acción.
Estas posturas están cobrando un precio. Encuestas de 2025, como la de El Universal en mayo, muestran una aprobación de Sheinbaum en torno al 60%, pero con declives en sectores urbanos por percepción de corrupción. Un análisis de El País en octubre indica que escándalos como estos han golpeado el respaldo de Morena entre sus electores base, con una caída del 10-15% en intenciones de voto para elecciones intermedias. La herencia de AMLO, que Sheinbaum defiende ardientemente, incluye estas figuras, pero el cinismo público –evadiendo aclaraciones profundas– alimenta la oposición. El PAN y PRI capitalizan esto, acusando hipocresía en la lucha anticorrupción.
En conclusión, Sheinbaum paga un costo político al priorizar la lealtad sobre la rendición de cuentas. Si se no distancia a estos compañeros cuestionados, Morena podría ver erosionadas sus preferencias electorales hacia 2027, debilitando su hegemonía. La presidenta debe equilibrar legado y renovación para sostener su mandato.



























