En lugar de ganar el voto con ideas, se pretende adormecer la conciencia con un bombardeo inmisericorde de anuncios de poco contenido.
¿Se nos ha agotado el léxico?
¡Pues que no se nos quede el alma muda!
Bernardo Ortiz de Montellano
No sé usted, estimado lector, pero yo percibo un vacío profundo en la vida política mexicana. Algo difícil de precisar por intangible, que podría definirse como un sentimiento de orfandad, de incertidumbre, de malestar. Caminamos en un ambiente brumoso y se ha extraviado el sentido de la orientación. Hay la percepción ciudadana de no saber a qué atenerse.
La falla, para mí, es de orden político. Se agotaron los liderazgos y agonizan las ideologías. En los años 30 se hablaba de política de altura. México salía de su etapa violenta y se abocaba a la construcción de instituciones que permitieran el tránsito a la democracia. Hoy, son evidentes los signos de regresión y de autoritarismo.
¿Cómo podríamos precisar esa política de altura? La mejor definición nos la da don Jesús Reyes Heroles, una voz que nos puede ayudar a encontrar el rumbo:
“Sin política se pueden hacer muchas cosas, pero gobernar en el poder o en la oposición es imposible. Para gobernar se tiene que recurrir sin tapujos a la política. Hacer política es seguir principios, que en lo esencial se consideran permanentes; ampliarlos a la luz de su aplicación y modificar con ellos la realidad en que se vive; infundir emoción a quienes creen esos principios; atraer a los que dudan sobre ellos o los rechazan; poner el ejemplo para contagiar e inducir a la emulación”.
Perdón por la larga cita, ¿pero podríamos identificar hoy a algún sujeto político que se comporte conforme a estos lineamientos? Percibo en el Presidente de la República falta de claridad e incongruencia. ¿Qué caso tenía simular la conmemoración de la Expropiación petrolera y a su vez desperdiciar la oportunidad de reconocer en el pensamiento liberal de Juárez las verdaderas ideas y conductas republicanas? Para el cuarto año de gobierno se intenta un presupuesto de base cero, un ejemplo más de la reacción tardía ante las necesidades nacionales.
El debate legislativo no puede ser más vacuo y mezquino. De los partidos políticos, más vale ni ocuparse. ¡Cómo se agigantan las figuras que hace 20 años dirigían a estos!: Carlos Castillo Peraza, Porfirio Muñoz Ledo, Santiago Oñate Laborde. Ante los actuales, no puede uno evitar el sentimiento de nostalgia.
En nuestra historia se repiten no ocasiones en que se pierde el rumbo, sino oportunidades desperdiciadas. Hace falta hacer política, rescatar lo mejor de nuestra historia. Ni más ni menos.
Tenemos que mejorar nuestra democracia, tenemos que reconciliar al ciudadano con la política. Tenemos que tender puentes —hoy resquebrajados— entre gobernantes y gobernados.
En el Senado se está discutiendo el Sistema Nacional Anticorrupción y ya surgieron voces críticas a la minuta de los diputados por ser una reforma incompleta. El argumento para aprobarla tal como viene es que ya no hay tiempo, pues para el próximo periodo habrá una nueva legislatura. De nuevo tendremos soluciones a medias tintas o con rendijas que permitan su inobservancia.
Se está conformando un amplio frente de la sociedad civil, cuyas propuestas encierran una contradicción fundamental: el repudio a la política, cuando precisamente en la política radica el mal.
Los gastos en publicidad electoral son indignantes. En lugar de ganar el voto con ideas, se pretende adormecer la conciencia ciudadana con un bombardeo inmisericorde de anuncios de poco contenido.
¿De dónde habrá de surgir esa fuerza moral tan necesaria en los tiempos actuales? Sería demasiado optimista señalar un solo actor, o bien que milagrosamente alguien con autoridad moral levantara la voz. Debe ser, más bien, un fenómeno colectivo ante el hartazgo de una sociedad desconsolada por la violencia, la corrupción y la impunidad. Tiempo habrá de pergeñar algunas ideas como propuestas viables ante los retos de hoy.
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