¿Qué sigue?

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¿Podrá llegar a la Presidencia de México un hombre honesto? ¿Podrá ejercer el encargo con honestidad?

A la memoria de María Luisa Armendáriz, chiapaneca ejemplar.

 

¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte?
Nietzsche

Uno se vuelve adicto a la esperanza, no hay otra forma de vivir, sobre todo si se participa en política. Casi es un deber esperar siempre mejores condiciones en todos los órdenes, es un proyecto de vida, es un propósito permanente que inspira a la participación.

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El sistema creado en 1929 fomentó siempre expectativas al definirse en permanente transición y sosteniendo en el discurso político, que habríamos de arribar a un sistema democrático. Curiosamente, la esperanza es un factor de cambio, pero también de conservación, alienta las actitudes reformistas, pero también torna a los pueblos precavidos para el cambio ante la posibilidad de que las cosas mejoren.

 

El arribo a la alternancia en 2000 generó una gran expectativa, a la cual no se respondió con hechos. El retorno del PRI al poder se sustentó nuevamente en una oferta de cambio. Paradójicamente, quienes se habían opuesto a los cambios, se anunciaban ahora como sus promotores. 

 

A mitad del sexenio, el desaliento es notable. Hoy los analistas políticos dedican largas reflexiones sobre la profundidad de nuestra crisis. Parece haber consenso en que no podríamos estar peor. Si bien, el gobierno una y otra vez destaca algunos indicios aislados de mejora, la percepción de los mexicanos es que estamos en uno de los peores momentos de nuestra historia. Triste realidad, ya nadie espera mucho del actual gobierno, a lo sumo, que mejore un poco la seguridad y no haya nuevos y escandalosos eventos que sacudan la conciencia nacional. A pesar de tanta propaganda, nadie le concede al actual gobierno la posibilidad de generar esperanza en el pueblo de México.

 

El voto a favor del PAN con la candidatura de Vicente Fox en mucho obedeció al hartazgo de un viejo sistema que daba claras señales de agotamiento y, paradójicamente, el voto anti-López Obrador benefició a Felipe Calderón y a Enrique Peña Nieto. En estas circunstancias, lo más indicado es reflexionar qué nos espera hacia el futuro y, sobre todo, los posibles candidatos para 2018. Aunque la fecha se vea remota, el tema será cada vez más recurrente y merecerá de nuestra parte la mayor atención. Lo prioritario será, por encima de coyunturas o franquicias electorales, analizar a hombres y mujeres en sus propios méritos.

 

¿Hay en la clase política los mexicanos idóneos y capaces para asumir el reto de enderezar el rumbo y corregir nuestra pervertida democracia? ¿Tendrán los partidos la grandeza de miras para no obstaculizar la posibilidad de candidaturas independientes?  ¿Podrán a su vez los partidos postular candidatos que aun no estando en sus filas sean los idóneos para desempeñar los cargos públicos? ¿Podrá llegar a la Presidencia de México un hombre honesto? ¿Podrá ejercer el encargo con honestidad?  Diciendo el candidato la verdad al pueblo de México, ¿podrá conquistar el voto? ¿Qué ideas deben conformar una agenda para enfrentar nuestros problemas? ¿Qué sucesos y personajes de nuestra historia nos pueden servir en este momento de penumbra?  Nos urge un corte de caja para mejorar lo que funciona. Nuestra crisis es elemental, se trata de cumplir la ley.

 

Lo más grave del momento actual es la inmensa incertidumbre. No quiero ser alarmista, pero puede surgir en la ciudadanía un clamor que se propague: sálvese quien pueda. Que en lugar de adoptar una actitud corresponsable, prefiera con egoísmo refugiarse en sus intereses personales.

 

Todas las generaciones en México han enfrentado un reto, el mínimo deber de la nuestra es entregarle a las próximas un México mejor del que nosotros recibimos. La tarea es gigantesca, cuando menos aspiremos a inyectarle un poco de esperanza.


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