Que no se descuide la (cada vez más frágil) confianza ciudadana

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En la actual inestabilidad global, en la expansión del crimen organizado, y en las nuevas facultades de vigilancia del Estado, se configura un desafío para los mexicanos: la erosión de la confianza —ese tejido invisible que sostiene toda convivencia democrática.
 
Por ejemplo, en la Ciudad de México, el fortalecimiento del crimen organizado ya transforma la vida cotidiana. No se trata sólo de violencia, sino del control silencioso que ejerce la delincuencia. La extorsión y las desapariciones, más que estadísticas, son recordatorios de cómo el miedo puede sustituir al Estado. La respuesta no puede ser sólo policiaca: requiere recuperar el vínculo entre comunidad y autoridad. La seguridad comienza cuando el ciudadano confía en que la ley lo protege.
 
En paralelo, el avance de la digitalización del Estado —con la CURP Biométrica y las nuevas facultades del SAT— ofrece promesas de eficiencia. Sin embargo, la ausencia de contrapesos puede derivar en una vigilancia que erosione derechos y frtene la innovación. Es modernizar, no controlar. Un Estado digital responsable necesita transparencia, controles judiciales y un organismo garante de los derechos digitales. La tecnología debe estar al servicio del ciudadano, no al revés.
 
El tercer frente se libra en el terreno internacional. El retorno del trumpismo ha alterado los equilibrios globales. Sin embargo, más que temer al vendaval externo, la respuesta de México debe de venir desde la estabilidad y la cooperación, no desde la subordinación.
 
La salida a esta nueva fragilidad institucional también es clara: reconstruir la confianza.

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