El ambiente fétido propagado por las campañas negras del gobierno y su partido en los procesos electorales, bloqueó la atención que debió concedérsele al seminario México Global, intereses y principios de política exterior, organizado por la SRE.
Ante un escenario internacional impactado por el desgaste de los paradigmas económicos, políticos e ideológicos de las tres décadas pasadas; en presencia de problemas universales desafiantes para la supervivencia del género humano y frente a la avalancha de populismos extremistas de derecha e izquierda; es de aplaudirse la convocatoria a reflexionar sobre la colocación de nuestro país en este periodo de la historia mundial e identificar los intereses nacionales.
Cuestionar los viejos enunciados de la política exterior es “una positiva provocación”, dijo Gabriela Cuevas, presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado.
No podemos tener influencia en el cambiante mundo de nuestros días enarbolando las máximas elaboradas por los internacionalistas mexicanos decimonónicos y del siglo pasado. Están próximos acontecimientos que contienen una carga atómica de transformaciones en el sistema internacional. Urge poner al día la doctrina internacional mexicana.
La lucha política estadounidense, en su fase de elecciones presidenciales primarias, mostró a sectores exigentes de un cambio radical en el modelo de relaciones económicas y políticas seguido por la primera potencia del globo. El magma que bulle en el volcánico éxito del republicano Trump y de la respuesta favorable al discurso del demócrata Sanders, es de repudio al Acuerdo de Libre Comercio México-EU-Canadá.
Los políticos estadounidenses seguramente han tomado nota de la ventajosa explotación de esta veta electoral. Esto significa que no sólo quién ocupe la Casa Blanca podría recargarse en esta demanda, también los aspirantes a congresistas, con lo cual se podría forzar una renegociación o, en el peor de los casos, la denuncia del TLC. A nadie se le oculta que algo así, aún impensable, sería un torpedo letal en la línea de flotación de la economía mexicana.
En la otra orilla del Atlántico, “uno de los mayores triunfos políticos y económicos de la época moderna”, como recientemente valoró Obama a la Unión Europea, vive en dramática incertidumbre. La crisis de los refugiados jaloneada por dos bandos: humanitarios y xenófobos desgarran su unidad. Las vicisitudes del euro y de su zona económica a varios ritmos de crecimiento, con cargas exasperantes para los contribuyentes, barrenan el alma solidaria del proyecto europeo. Nacionalismos y euroescepticismo avanzan, junto al amago de abandono del Reino Unido (Brexit).
Su reanimación es de interés mundial. El papa Bergoglio dirigió recientemente un histórico llamado a sus líderes: “¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad?” Los invitó a realizar una “transfusión de memoria”, de lo mejor que inspiró la idea de Europa en sus padres fundadores, para actualizarla sobre “un nuevo humanismo basado en tres capacidades: de integrar, de comunicación y de generar” ( Recepción del Premio Carlomagno, 6/05/2016).
Sin la Unión Europea o agónica, el mundo no será igual. Los equilibrios de poder internacional serán diferentes. México no será inmune al derrotero que tome. Somos socios y aliados en una amplia gama de temas.
Estos y otros muchos desafíos provenientes de la geopolítica y de otros ámbitos de la interdependencia global deben estar presentes en la definición de la política exterior mexicana del futuro. Es tarea de estadistas. No debe quedar en manos de grillos aldeanos, tampoco de exquisitos teóricos de cubículo.
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