La dirigencia nacional panista de Gustavo Madero ha aportado elementos suficientes para entender por qué el PAN ganó la Presidencia de la República en 2000 y por qué la perdió en 2012: nunca se constituyó en un partido político y operó como una cofradía.
Lo grave para los panistas radica en el hecho de que la gestión de Madero ha alejado al PAN de las instancias de ejercicio del poder político —gubernaturas y Presidencia de la República, cuando menos— porque la política se hace con masas y no con líderes iluminados que van a salvar al país sin más compromisos que sus propias definiciones morales.
Asimismo, la gestión de Madero está llevando al PAN a un choque de trenes entre las corrientes que entendieron en 2000 que hay que hacer política, que la política se practica con masas y que el poder no viene del cielo sino que hay que conquistarlo y, sobre todo, mantenerlo, y las corrientes que creen que la política es un apostolado que requiere de profetas y no de hombres de/del poder.
Dilema
El posicionamiento de algunas de las dos corrientes fijará el destino político del PAN: un partido político que busca ganar y mantener el poder o una sociedad de poetas muertos orientados más a edificar una iglesia.
La corriente moralista de Madero tendrá que enfrentar, más temprano que tarde, a la corriente pragmática de Felipe Calderón Hinojosa, ambas encarriladas en torno de dos pivotes: la lobotomización política del PAN como partido que representa el Pacto por México y las elecciones legislativas federales de 2015; ambas, ciertamente, en el escenario decisivo de 2018.
Lo que se debate en el PAN es el dilema entre partido político o grupo de presión, con beneficios y perjuicios de cada una de las dos posiciones. El desplome de la militancia en una revisión del padrón fue el primer aviso de que los seguidores panistas no están interesados en una organización cuasi religiosa formada en torno de principios morales que son, en esencia, antiéticos a la política.
El debate no es nuevo ni debe asustar: lo asentó uno de los pensadores más importantes del siglo XX, Max Weber, cuando delineó las dos éticas, la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción, al analizar los espacios del político y del científico.
Si el PAN de Madero gana la lucha, entonces el PAN pasará a retirarse de la política como lucha por el poder y se quedará en la política como contrapeso moral, aunque en el entendido de que los cambios se hacen desde el poder y no con anatemas contra los vicios del poder.
Si Calderón se hace del partido, entonces el PAN podría tener alguna posibilidad para cuando menos recuperar bases sociales —mal llamadas masas por Madero— que ayuden a reposicionar al partido en gubernaturas y la Presidencia de la República.
La política es un acto de poder, no un acto de fe. Los tiempos del PAN como contrapeso moral le dieron la condición de oposición leal; es decir, cómplice del posicionamiento histórico del PRI. Los panistas fallaron desde la Presidencia, al no tener un proyecto concreto para el partido que había desplazado al PRI del Ejecutivo. La alternancia no derivó en un nuevo régimen.
Si el PAN de Madero se impone, entonces el centro-derecha tendrá que crear una nueva organización partidista para competir por el poder, a menos que esta corriente se rinda y decida entregarle la plaza al bipartidismo monopartidista —un juego de definiciones políticas explicable sólo en México, donde Kafka sería escritor costumbrista— del PRI-PRD-Morena y con ello condenar al país a otros 100 años de soledad política.
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