Después de leer la carta de Adolfo Pérez Esquivel enviada a Corina Machado, lo cual hice con el respeto que merece su historia personal, pero también con la claridad de quien no está dispuesto a guardar silencio frente a los errores de una izquierda que se niega a ver la realidad.
Los recuerdos de Pérez Esquivel de la lucha contra dictaduras militares son valiosos, pero hoy la defensa incondicional de regímenes autoritarios en América Latina revela otra forma de colonialismo: la subordinación ideológica y política a Cuba y Venezuela, que durante décadas han intervenido activamente en otros países bajo el disfraz de “solidaridad continental”.
Habla de soberanía y autodeterminación, pero calla ante la injerencia sistemática del castrismo y el chavismo en el continente. Desde los años 60, Cuba ha infiltrado gobiernos, partidos, sindicatos, movimientos estudiantiles y aparatos de seguridad en decenas de países. No con el fin de liberar pueblos, sino de exportar un modelo autoritario, vertical y dependiente de La Habana, con líderes que no rinden cuentas y pueblos sometidos a la miseria en nombre de la “dignidad revolucionaria”.
Venezuela ha seguido el mismo camino. Con petrodólares, asesorías militares y redes de inteligencia, el chavismo financió campañas, exportó cuadros políticos, y penetró estructuras estatales en Bolivia, Nicaragua, El Salvador, México y Argentina. Eso no es soberanía: es expansión de poder y dominación política. Los “libertadores” de hoy se comportan como los viejos virreyes ideológicos, imponiendo sus dogmas y castigando a quienes no se someten.
Menciona el bloqueo a Cuba y las amenazas de Estados Unidos, pero omite la represión cotidiana, la falta de libertades, las cárceles llenas de disidentes y la prohibición de elecciones libres. Omite también que la pobreza crónica de Cuba no es producto exclusivo del embargo, sino de un sistema económico fallido y de una élite que vive como nobleza medieval mientras su pueblo sobrevive con cartillas de racionamiento.
Defiende a Nicolás Maduro llamando “democracia con luces y sombras” a un régimen que ha destruido la industria, manipulado elecciones, encarcelado opositores, asesinado manifestantes y provocado el éxodo de más de siete millones de venezolanos. ¿Eso es soberanía? No. Eso es un proyecto autoritario sostenido por la fuerza, no por la voluntad popular.
La carta acusa a María Corina Machado de ser “pieza del coloniaje norteamericano”. Pero guarda un silencio cómplice ante el colonialismo de una izquierda trasnochada, que durante décadas ha impuesto lealtades incondicionales a La Habana y Caracas, exigiendo obediencia ideológica a cambio de legitimidad política. Ese colonialismo no usa marines ni bases militares: usa propaganda, misiones médicas, asesorías de inteligencia y pactos políticos que asfixian la libertad de los pueblos.
Hoy, América Latina no necesita nuevos imperios, ni de Washington ni de La Habana. Necesita ciudadanos libres, instituciones sólidas y gobiernos que respondan a su pueblo, no a ideologías caducas ni a caudillos que se eternizan en el poder.
La paz no se construye defendiendo tiranías amigas, sino enfrentando toda forma de opresión, venga de donde venga.
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