Mal paga el diablo a quien le sirve

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Donald Trump paga favores en forma extraña. Acaba de decir que su viaje a México fue todo un éxito. Como prueba de ello declara como triunfo el que el gobierno mexicano haya cesado al funcionario que armó la visita. “Así de bien lo hicimos”, exclamó. La lógica fracasa si trata de entender al candidato republicano. Ayer optó por dolerse de que México haya perdido a un brillante, “maravilloso”, secretario de Hacienda, a quien repentinamente colma de halagos.

Vaya manera de reconocerle a Peña Nieto la inédita acogida que le prodigó a Trump en Los Pinos y que tanto ha dañado la imagen presidencial. Como pago sigue alardeando su desprecio a México y su machacona alusión al muro que insiste construirá a costa nuestra.

El facineroso candidato le exprime ruidoso provecho para su campaña a su fugaz estancia en Los Pinos adjudicándose virtudes de estadista internacional.

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Trump ataca a las instituciones cívicas y militares más sólidas de su país. Hace grotesca caricatura del estado que guardan y se atribuye ser voz del descontento popular que carcome las bases políticas de Estados Unidos. Siente tener la llave para acabar de un tajo con las muchas inequidades mundiales. Pero el deterioro de los modelos socioeconómicos que están detrás de las injusticias en todos los continentes pide respuestas muy distintas a lo que Trump pudiera siquiera imaginar.

La insatisfacción social y sus repercusiones en los mecanismos políticos que estamos acostumbrados a utilizar para remediarla tienen que atenderse con una acción mancomunada de los gobiernos y los factores de la producción. El asunto ha dejado de ser ideológico como lo era a lo largo del siglo XX.

Hoy buscamos llegar a niveles de bienestar general aplicando fórmulas sanas, inspiradas más en el espíritu de servicio que en fórmulas preconcebidas.

Las posiciones que se vienen expresando en el proceso electoral norteamericano están fraguadas en moldes mentales que hay que renovar para ajustarlos a las nuevas realidades demográficas y los inquietos reequilibrios políticos mundiales.

El debate entre Hillary Clinton y Donald Trump previsto para el 26 de este mes, a pocas semanas de finalizar el proceso electoral, es de gran interés. No sólo subrayará el abismo intelectual y cultural que separa a una experimentada e informada profesional de la política de un personaje narcisista y excéntrico que falsea realidades a su conveniencia.

En el mencionado debate veremos si la política en Estados Unidos ha evolucionado registrando el sentido profundo de los cambios en parámetros y paradigmas, y para presentar propuestas a los nuevos escenarios a un electorado que todavía, por lo que hemos podido ver, está amarrado a rancios esquemas personales y sociales ya inoperantes.

Nadie, por ejemplo, está satisfecho con el modelo de producción y distribución de la riqueza que ha prevalecido durante los últimos tres siglos.

En esta materia, lo que aún no se da en Estados Unidos es el paso de una comunidad donde la simple suma de los intereses de los empresarios favorece una enorme concentración de riqueza subsidiada por una inicua desigualdad socioeconómica, hacia una sociedad que sea plenamente participativa de las utilidades y no sólo del trabajo.

Por ahora, la vinculación de la empresa privada con la comunidad que la rodea existe sólo en cuanto ésta se concibe como el mercado por conquistar. El objetivo empresarial es extraer de la sociedad la máxima ganancia. Por eso los intentos de sembrar conciencia de responsabilidad social en las empresas no traspasan el duro marco financiero.

Trump es un notorio ejemplo de éxito gracias a las estructuras socioeconómicas y políticas que se extienden por todo el mundo. Su condena del deplorable estado de cosas es histriónica.

Independientemente de esto, Trump hace gala de su verdadera y despreciable personalidad en la forma en que ha tratado a nuestro país y todos sus habitantes, atropellando todas las normas de decencia.

No quiere uno fantasear lo que Trump le tiene guardado a su país y al mundo si gana las elecciones de noviembre. Basta ver su comportamiento en los pocos días en que lo conocimos de cerca.

 


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