Pasadas las elecciones y apenas con resultados preliminares (falta resolver conteos e impugnaciones), partidos y candidatos se dedicarán a festejar sus triunfos y a lamentar sus fracasos. Sin duda es el arranque de la campaña presidencial para 2018, aunque un par de candidatos hayan iniciado antes. Estas elecciones, que por varios motivos fueron atípicas, son las primeras en que se une una gran cantidad de elecciones locales a las de orden federal. Esto no sólo nos ahorrará ver de inmediato más campañas electorales, son el punto de inicio para que se celebren elecciones ordinarias únicamente cada tres años.
Esta modalidad de unir elecciones locales y federales debió haber despertado mayor entusiasmo entre los electores, pero la participación electoral fue prácticamente la misma histórica que en el pasado (en elecciones intermedias). Estados con elección de gobernador sí elevaron la participación popular pero no lo suficiente para afectar el promedio.
Los partidos políticos ahora deberán analizar los resultados tanto de su propaganda como de sus actos, porque ya no sólo importa lo que dicen.
Obras y omisiones, incluso los comportamientos de sus dirigentes, afectan la intención de voto. También deberán evaluar las campañas publicitarias negativas que llegaron a causar respuestas similares y con ellas producir una aversión popular a la política y a los partidos.
Puede decirse que sólo Movimiento Ciudadano y MORENA ganaron sin perder en esta elección. Los dos partidos aumentaron sustancialmente su presencia al ganar buena parte del área metropolitana de Guadalajara y del DF. Aunque el PAN ganó Baja California Sur, que ya tenía, y Querétaro, espera haber ganado en Colima, San Luis Potosí y Sonora, pero no alcanza las otras cuatro por las que competía. El PRD ganó Michoacán, pero perdió todas las demás y buena parte de las Delegaciones del D.F.
Por su parte el PRI ganó sin duda Campeche y Guerrero, pero perdió en Nuevo León contra el primer candidato independiente; también confía haber ganado las 3 entidades mencionadas en disputa.
Pasadas las elecciones, el gobierno de Enrique Peña tiene ya la posibilidad de llevar a cabo lo que no pudo hacer antes de ellas. Ahora sabremos su real intención con respecto a las Reformas Educativa y Fiscal, el salario mínimo, la deuda pública y la paridad peso-dólar. Ya no tendrá reticencia alguna para hacer lo que quiera, o bien dejar de hacer su deber, si lo considera conveniente como lo hizo antes de las elecciones.
Sabremos si sólo quiso ganar tiempo dando marcha atrás a la Reforma Educativa para no ganarse la animadversión electoral de los maestros y sus sindicatos, ni para no tener que usar la fuerza pública para controlar las violaciones a la ley en el Sureste. Sabremos también si tendrá el propósito de mejorar la economía nacional o sólo la de algunos; y si se decidirá a mejorar o no los minisalarios para elevar el nivel de vida popular.
También sabremos si en esta ocasión sabrá defender correctamente al peso ante una devaluación, o si repetirá los inútiles ladridos de 1982.
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