¡Ah, la política mexicana! Siempre nos da material para echar chismecito, ¿verdad? Y ahora con la Doctora Sheinbaum en el sillón presidencial, la cosa se pone buena. Raymundo Riva Palacio, ese señor que siempre anda metiendo su cuchara, dice que la nueva presidenta tiene un dilema digno de telenovela: ¿seguirle el juego al Tío AMLO o ponerse la camiseta de «mandataria independiente» y arreglar el desmadre que le dejaron? ¡Qué chulada de problema!
A ver, seamos francos. Todos sabemos que López Obrador es como esa suegra que no suelta a su hijo ni con agua caliente. Y Sheinbaum, pues, fue su alumna más aventajada, la que cargó el portafolio y le hizo la tarea. Así que, la lealtad, según Riva Palacio, la tiene tatuada en la frente. ¿Pero hasta dónde? ¿Hasta dónde el «honor» de defender lo indefendible? Porque, seamos honestos, la herencia no es precisamente una joya de la corona: un sistema de salud con más hoyos que queso gruyere, una violencia que no baja ni con resos, y una economía que, si bien no está en la lona, tampoco es para echar cohetes.
El columnista suelta la pregunta al aire, esa que todos nos hacemos en la sobremesa: ¿Se atreverá Sheinbaum a darle un calambre a la «cuarta transformación» y corregir el rumbo? ¿O seguirá siendo la sombra de su antecesor, aguantando vara y diciendo que todo está requetebién aunque se esté cayendo a pedazos? Porque una cosa es ser leal y otra muy distinta es hacerse la de la vista gorda ante los problemas. ¡Ni modo que quiera pasar a la historia como la presidenta que no vio, no oyó y no habló!
Al final del día, la pelota está en su cancha. Y aquí entre nos, lo que se espera de un presidente es que gobierne para todos, no para el que lo puso ahí. Así que, ojalá la Doctora se ponga los pantalones, agarre el toro por los cuernos y demuestre que puede ser algo más que «la elegida» por el Mesías tropical. ¡Porque si no, apaga y vámonos!
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