Las lecciones del 1 de junio

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Aun cuando no han terminado los conteos de la muy peculiar elección del domingo pasado, ya podemos describir su resultado neto, que no es sino establecer un régimen totalitario ajeno a los principios democráticos que inspiraron la Revolución de 1910. Con este paso han quedado borrados los perfiles que identificaban las funciones de los tres Poderes constitutivos de la República para instaurar un sistema que no conoce más que los dictados de quien encabeza la Presidencia.

Las distintas etapas por las que han transcurrido los esquemas republicanos han tenido por objeto cimentar diferentes modalidades de democracia. A partir de 2018, la intención del partido en el poder ha sido la de instaurar un régimen inspirado en un socialismo tropical. Era clara toda la intención de prolongar este propósito en el siguiente sexenio. Prueba de ello son los primeros pasos que ha dado la Presidenta, al fortalecer la centralización de Poderes en lugar de buscar compartir la toma de decisiones con los diversos sectores que integran la sociedad mexicana. Hoy en día no hay, por cierto, la intención de llevarnos a una República consumada con división de Poderes, elecciones democráticas con candidatos legítimos emanados de una pluralidad de partidos políticos.

Esta situación contrasta con los verdaderos intereses de nuestro país que enfrenta la compleja coyuntura nacional e internacional en la que México se encuentra en estos momentos.

Este proceso de instauración de las metas de Morena hace imposible atender las circunstancias actuales, ya que el país continúa sometido a la realidad del poder de la delincuencia organizada, queriendo retener simultáneamente el apoyo del sector empresarial. En una cruda mezcla confusa de socialismo con libre empresa, no puede haber claridad propia en la propuesta política del nacionalismo mexicano. Por otra parte, es evidente la creciente identificación del gobierno con los principios, operación y exigencias del T-MEC que resultan ser por el momento, la única brújula válida para resolver día a día los problemas que plantea la energía socioeconómica del país.

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La capacidad creativa de la sociedad mexicana que caracterizaba nuestra historia parece haberse desgastado, cediendo paso a las directrices del proyecto geopolítico de Norteamérica. Es obvio que mientras no se fortalezca la definición de los intereses propiamente nacionales, México no podrá articular una relación justa y paritaria con sus dos socios del T-MEC.

La desorientación en que nos encontramos da pie a la incertidumbre que penetra las decisiones en todos los rangos y niveles que requieren atención inmediata, como son educación, salud, seguridad y trabajo.

Las consideraciones anteriores hacen que nuestra participación en el T-MEC haya resultado de mucho mayor trascendencia que el mero capítulo de nuestros intercambios comerciales y financieros. En la actualidad crece la urgencia, conveniencia y oportunidad de nuestra colaboración en el programa de solidaridad norteamericana. Lo anterior es una realidad, por lo que se hace indispensable defender los perfiles culturales de toda nuestra comunidad. Canadá, por ejemplo, ha tenido buen cuidado en defender su identidad nacional frente al peligro real de ser absorbidos totalmente por los intereses de Estados Unidos.

No sólo son válidas las consideraciones anteriores en lo que respecta a una relación equilibrada con el T-MEC. México no debe sustraerse de su relación histórica con los países latinoamericanos, con los que compartimos orígenes, historia e idioma.

Nuestras relaciones no sólo con Canadá y Estados Unidos, sino con toda América Latina, Europa y Asia, ofrecen ejemplos útiles de cómo combinar las crecientes exigencias de nuestra población nacional sin recurrir al autoritarismo del que estamos en este momento enfocados y que tristemente se confirmó el pasado domingo 1 de junio.


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