Pudo haber sorprendido a muchos –de hecho, sorprendió a Ricardo Anaya y a sus cercanos–, pero el lance de Margarita Zavala del domingo pasado está fundado en una lógica inapelable.
Entre anunciar sus intenciones de buscar la Presidencia de la República en 2018 o de ir este año por la jefatura nacional del PAN, Zavala ponderó el dinero que tendría que recaudar, además de que debería hacer frente a una maquinaria que ha batido al calderonismo en sus últimos enfrentamientos.
Los candidatos a la dirigencia panista están autorizados a gastar hasta 30 millones de pesos en su campaña, de los cuales solamente siete son proporcionados por el partido.
¿Quién, dentro del panismo, estaría dispuesto a contribuir con la causa de Zavala? ¿Qué líderes locales la invitarían a su estado, arriesgándose a ser vetados por el maderismo, cuando hay 12 elecciones de gobernador en puerta?
Zavala seguramente hubiera enfrentado un gran vacío, puesto que los panistas con ansias de poder, como los políticos de cualquier otro partido, ven primero por sus propios intereses que por ideales o compromisos solidarios.
Vea a los antiguos soldados del calderonismo –a quienes el entonces Presidente encumbró– dando la espalda hoy a Zavala en aras de pegarse a otro proyecto, el del gobernador de Puebla, a quien ven como una figura de mayor poder y proyección.
La segunda consideración de la exprimera dama para tomar la pista de la sucesión presidencial fue la inexistencia de una tribuna desde la cual expresarse.
Quiso ser diputada federal, pero la maquinaria maderista le cerró el paso. Hoy está en desventaja frente a Gustavo Madero, quien será el próximo coordinador en San Lázaro –a menos de que Ricardo Anaya, el próximo jefe nacional, decida que no desea esa sombra–, y frente a Rafael Moreno Valle, a quien aún le quedan 19 meses en el gobierno poblano.
No tiene de otra: debe remontar esa desventaja a pie, lo cual quiere decir arrancar antes de que salgan a la pista los bólidos de Moreno Valle y Madero –quien, pese a lo que diga, no pierde el deseo de buscar la candidatura presidencial–.
Fuera del PAN, Margarita tendrá que competir por el reflector contra Andrés Manuel López Obrador, quien lleva 15 años en campaña, y con Miguel Ángel Mancera, quien tiene el inmejorable foro de la Jefatura de Gobierno.
Tercero, Zavala no está haciendo otra cosa que lo que ya dio buenos resultados para el panismo. Vicente Fox arrancó con tres años de anticipación y Felipe Calderón lo hizo con dos.
Por cierto, hay una historia interesante ahí: cuando Fox anunció en 1997 que iría por la Presidencia, fue criticado por Calderón, entonces jefe nacional del PAN. Cuando Calderón lo hizo en 2004, fue despedido por el presidente Fox. Los dos acertaron y los dos se equivocaron.
Ya como Presidente de la República, Calderón quiso manejar los tiempos de su propia sucesión. Y se volvió a equivocar: impidió que los miembros de su gabinete hicieran su juego, mientras el priista Enrique Peña Nieto y el perredista Andrés Manuel López Obrador volaban por la pista de la carrera presidencial. Cuando quiso reaccionar, no pudo lograr siquiera que el PAN postulara a quien él creía el mejor aspirante presidencial, Ernesto Cordero.
Cuarto: el mismo fin de semana en que dio a conocer su video, en Estados Unidos otra mujer, otra exprimera dama, lanzó formalmente su ofensiva para llegar a la Casa Blanca. Si Hillary Clinton tiene éxito, algo de él brincará la frontera en forma de publicidad.
Con su decisión, Margarita Zavala rema contra las tendencias, pero actúa con lógica. Va por el objetivo correcto y en el tiempo preciso.
No busca ser candidata independiente –como entendieron muchos, a partir de su video–, sino quiere una base de apoyo más allá del PAN.
Si llegará a la meta que desea, es otra cosa. Muchos obstáculos la aguardan en el camino. Entre ellos, tener que explicar una y otra vez por qué hizo el presidente Calderón lo que hizo y por qué no hizo lo que ahora ella sugiere hacer.
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