Fascismo y corrupción

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En años recientes, hemos visto la llegada de políticos que luego de lanzar incendiarios discuros en contra de la corrupción, alcanzan el poder y empiezan a tomar decisiones que atentan contra la libertad o el bienestar de los ciudadanos.

El ejemplo más reciente es Donald Trump, quien ha estado denunciando los problemas provocados por programas de inclusión, como fue el caso del accidente aéreo ocurrido en Washington, así como la desaparición de USAID que se justifica, como lo ha dicho Elon Musk, por ser también objeto de actos criminales.

En México, tuvimos a López Obrador quien siempre habló de la corrupción del pasado, sin combatir la que se daba en su sexenio o tratando de esconderla hasta que era imposible hacerlo, como fue el caso de Segalmex.

Se trata de políticos que manipulan la información para justificar sus acciones, a la vez que imponen decisiones que afectan tanto las libertades como las condiciones de vida de la población, háblese de deportaciones de migrantes –con el racismo que ha provocado–, del desabasto de medicamentos o de los despidos por el cierre de dependencias oficiales con el pretexto de la eficiencia gubernamental.

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El problema es que también cuentan con apoyo de un sector de las sociedades que comparte sus ideales y por eso se está observando un renacimiento del racismo, de la xenofobio, del culto a la personalidad y, muy en particular, de la opacidad que genera impunidad.

Por lo anterior, conviene recordar las palabras de Norberto Bobbio:

«El fascista habla todo el tiempo de corrupción. Lo hizo en Italia en 1922, en Alemania en 1933 y en Brasil en 1964. Acusa, insulta, agrede como si fuera puro y honesto. Pero el fascista es sólo un criminal, un sociópata que persigue una carrera política. En el poder, no vacila en torturar, violar, robar sus pertenencias, su libertad y sus derechos. Más que corrupción, el fascista practica la maldad»: Norberto Bobbio.


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