Tuve la oportunidad de charlar, separadamente, con dos ciudadanos norteamericanos; un republicano y otro demócrata
El llamado Super Tuesday de las primarias norteamericanas afianzó las candidaturas de Hillary Clinton y de Donald Trump. Aún faltan importantes cotejos preliminares a las convenciones nacionales convocadas para julio, en las que se proclamarán las candidaturas, pero lo ocurrido antier en 13 estados marca una tendencia casi irreversible. Ella o él será el próximo presidente de Estados Unidos. Es tiempo de comenzar a trabajar con esos escenarios.
Tuve la oportunidad de charlar, separadamente, con dos ciudadanos norteamericanos; un republicano y otro demócrata. Al primero, conservador de centro, activista de jerarquía media en su partido, lo encontré confundido. Sin explicación del momento que vive su corriente política y sin estrategia efectiva para encarar el reto de la popular estridencia trumpista, impuesta a muchos líderes locales republicanos. Serán compelidos a subirse a ese carro, tapándose la nariz, para no perder posiciones en el Capitolio y en los estados. Por su parte, el demócrata, experto conocedor de la política de su país, apuesta doble contra sencillo que aún si Trump fuese candidato no ocupará la Casa Blanca. Sostiene que en las primarias participan núcleos muy polarizados y no reflejan el sentir de la mayoría. Esta se expresará en los comicios y pondrá las cosas en su lugar. Ganará Clinton.
Lo importante en esta historia es que nadie se anticipó a los hechos. Conforme a las predicciones tradicionales, Trump ya debía haber abandonado el campo de batalla, igual que otros especímenes semejantes lo han hecho en otros cotejos electorales estadounidenses.
Llegados a este punto, está claro que los análisis convencionales no sirven. Es hora de explorar nuevas vetas de interpretación al momento político por el que atraviesa el vecindario del norte. Urge hacerlo porque somos interdependientes: económica, social y geopolíticamente. Es, además, el territorio y Estado en el que vive, trabaja y se desarrolla una porción significativa de la nación mexicana. Los efectos en México de una derrota del establishment, como la que despunta, pondrá a prueba todo el andamiaje sobre el que descansa la relación bilateral: en lo gubernamental, en la comunidad de negocios, en lo socio-cultural y en el entramado de relaciones internacionales.
George Friedman, en su ensayo de pronósticos para el Siglo XXI (The Next 100 years, Anchor Books, N.Y./Los próximos 100 años, Océano, Mex. 2009) predice para el 2080 una severa confrontación entre México y Estados Unidos por la disputa de lo que llama el centro global, sostiene que “tratándose del futuro, lo único de lo que se puede estar cierto es que la lógica habitual fallará… lo que en la historia parece permanente y dominante en un momento dado, puede cambiar con una rapidez asombrosa…” Por elemental precaución deberíamos tomar nota de ello. El avance de Trump ya destrozó los cálculos tradicionales.
En 2015 México exportó 308 mil 787.8 mdd a EU. El 81% de lo que vendemos en todo el mundo. Las remesas que los connacionales enviaron al país, sumaron 24 mil 791.72 mdd. Una persona que podría ser el próximo jefe del Estado estadounidense considera esto un saqueo y promete liquidarlo: regresará a su territorio las fábricas y fuentes de trabajo emigradas al sur; levantará una muralla “alta y bien hecha” en la frontera, que se pagará con la expropiación de las remesas. “México nos hace perder 50 billones de dólares al año, y el muro les costará 10, lo van a pagar”. Remata: “¿Están escuchando al 100%? ” Esto lo dijo antes del supermartes. Ayer ganó en la mayoría de esos estados. Lamentablemente es hora de escucharlo.
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