Es cuestión de honor

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Los mexicanos sabemos cómo ordenar la vida social, hacerla verdaderamente humana y lograr el desarrollo material y espiritual del pueblo. Lo importante es decidirnos a lograr el cambio. Por ejemplo, exigir al gobierno ser proactivo y no reactivo ante la criminalidad; no esperar la huida de un funcionario para que sean “descubiertos” sus vínculos personales y familiares con delincuentes; fortalecer a la Secretaría de la Función Pública para combatir a servidores deshonestos; blindar del hampa elegante y de la cerril a las elecciones; etcétera.

Hemos avanzado en leyes sobre derechos humanos, en equidad de género y protección de vulnerables, en transparencia e información oficial, en aumento de penas, en mayores garantías de libertad de expresión y de periodismo, etcétera; también hay mejoría en el área jurisdiccional.

Sin embargo, la pobreza crece y la barbarie avanza; no es raro, pero sí demencial, que la sociedad a través de autoridades pague a sus asesinos; los gobiernos han sido ineficaces en EDUCACIÓN, PROMOCIÓN Y REPRESIÓN; educan mal, ayudan poco y toleran mucho (permiten a miles de maestros dar clases de delito; nos dicen que aumentan día a día las políticas asistencialistas, en vez de empleos suficientes y bien remunerados; y diariamente dejan impunes actos vandálicos); los mexicanos estamos hartos de la corrupción, pero no pocos se benefician de ella.

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Algunos proponen “cambio de modelo político y económico”, porque así vendrá la “primavera mexicana”. Sin preguntar en qué consiste ese maravilloso cambio, procede inquirir: ¿quién o quiénes lo harían?

El de la “honestidad valiente” —como si la honestidad permitiera adjetivos, y pudiera ser cobarde— nos dirá: Yo y el Pueblo. Pero esas son tonterías.

Mucho hemos hecho bien y más falta por hacer, pero mientras no lleguemos a la raíz de lo que pudre y envenena el quehacer humano, serán exiguos los resultados del esfuerzo. Me refiero a la EDUCACIÓN —no a la de los pobres, a quienes poca les llega—, aludo a la de la “clase media” y la supuesta “clase alta”; ahí se halla la tragedia nacional, pues han perdido los valores indispensables para la cohesión social: como el sentido ético y solidario en las relaciones colectivas; el valor de la palabra que orgullosamente defendían las mujeres y hombres del pasado; y la cultura del esfuerzo como único fundamento lícito para prosperar. Sin recuperarlos, la pudrición seguirá avanzando fatalmente.

Si la maldad se hallara solo en políticos y servidores públicos, con encarcelarlos y sustituirlos todo se arreglaría; pero ésta fluye por amplias arterias del cuerpo social. Es pandemia; y no habrá instituciones sanas sin sociedad sana.

Todo será posible y vendrá por añadidura si rescatamos esos valores. Solo así resistiremos la tentación de desvíos y tendremos instituciones fuertes, porque ante la disyuntiva de obtener lo indebido o mantener limpia la conciencia, optaremos por lo segundo para preservar el honor personal y el de México.


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