El PAN y la corrupción

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Fox se mantuvo frío y alejado del partido, y Calderón, ostentándose como su dueño, violó los ordenamientos internos.

Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia.
Papa Francisco

La lucha por erradicar o cuando menos disminuir la corrupción me evoca algunos símiles: a Sherezada, la esposa del terrible sultán que, para salvarse de ser degollada, todas las noches inventaba una historia, como se relata en Las mil y una noches, o a las muñecas rusas llamadas matrioskas, que al irlas descubriendo siempre aparece otra más. En la literatura del absurdo está la conocida obra de Samuel Beckett, Esperando a Godot, en la cual el público nunca llega a saber quién es o qué tipo de asunto han de tratar con él. Igual sucede con la corrupción, asunto que nos seguirá ocupando por mucho tiempo sin conocer resultados.

El único presidente del siglo pasado que pudiera resistir la prueba del ácido de la honradez es Adolfo Ruiz Cortines, cuyo gobierno se caracterizó por la austeridad. Lo más que se llegó a comentar fue el haber otorgado algunos permisos de giros negros en la Ciudad de México a algún familiar, un asunto en realidad menor. Ruiz Cortines no se caracterizó por hacer muchas leyes, no hubo momentos estridentes para anunciar medidas y predicó con el ejemplo a grado tal que se ganó una sólida fama de “cuentachiles”. Su lección de honradez es la más eficaz y clara forma de combatir la corrupción.

El PAN, desde sus inicios, ostentó como principio fundamental de su doctrina la vinculación de la política y la ética. Sin embargo, al arribar al poder hubo momentos que han propiciado su actual descrédito.

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Por formar parte de sus órganos colegiados por muchos años, sé cómo funciona el partido. Por ello me atrevo a afirmar que los primeros actos de corrupción surgieron en el Estado de México. Algunos personajes con antecedentes de mal desempeño en cargos públicos y en actividades partidistas fueron postulados a cargos de elección popular. Por encima de comportamientos deshonestos, obtuvo la posibilidad de ganar elecciones y se asumió el riesgo. Ya en los cargos vinieron los actos de corrupción, pero prevalecieron el miedo a la denuncia y el escándalo consecuente. Se incurrió, entonces, en el ocultamiento y la complicidad.

El primer gobierno de la alternancia no puso el sello de la honradez por debilidad, falta de capacidad o de apoyo en el Congreso. Aun cuando se ofreció castigar a los corruptos, se manifestó de nuevo la impunidad.

Vicente Fox se mantuvo frío y alejado del partido, y Felipe Calderón, ostentándose como su dueño, violó los ordenamientos internos. Llegó al extremo de designar presidente del PAN a su secretario particular (César Nava) y como su secretario particular a un expresidente del partido (Luis Felipe Bravo Mena). Ni en sus momentos de mayor autoritarismo se atrevió el PRI a tales desmanes.

Con Gustavo Madero no sólo se incurrió en actos corruptos, sino que los solapó. Todo el PAN lo sabe, es inútil su defensa y estéril pretender inculpar a un diputado local por la designación de la diputada sinaloense. Simplemente, un chivo expiatorio. En todas las entidades hay ejemplos reiterados, desde moches hasta subastas en la postulación a cargos de elección popular. Era maniobra frecuente evitar que sesionaran los órganos colegiados y, con atribuciones extraordinarias, el presidente del partido designaba a los agraciados.

El PAN está llamado a acciones contundentes en contra de la corrupción, como lo ha manifestado su dirigente en repetidas ocasiones. Es digno de imitar el buen ejemplo de Esperanza Aguirre, quien al renunciar a la presidencia del Partido Popular español en Madrid señala: “La gente quiere gestos. Y mi gesto es asumir mi responsabilidad política”.

Sin tantos aspavientos, así de simple.


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