Por más que Andrés López Beltrán quiera recitar frases de catecismo lopezobradorista (“el poder es humildad”, “no somos iguales”, “el pueblo me juzga”), lo cierto es que se hospedó en un hotel de lujo en Japón con cargo a su apellido y su descaro, no a su “lucha por una causa justa”.
Y claro, cuando lo exhiben —con pruebas fotográficas, no con “calumnias”— su primera reacción no es explicar, sino atacar. El guión es tan viejo como su cinismo: señalar al “hampa del periodismo”, a la “mafia del poder” y a los “hipócritas conservadores” que, según él, lo acosan por dormir entre sábanas de seda.
Lo grave no es que un junior se gaste 7,500 pesos la noche mientras millones de mexicanos comen una vez al día. Lo grave es que quiera convencernos de que eso también es “luchar por el pueblo”. ¿Desde cuándo el lujo se volvió una forma de resistencia?
¿Andrés López sabrá lo que es una jornada agotadora, como las que viven los campesinos y obreros de este país? ¿Tendrá idea de lo que es madrugar para trabajar y no saber si alcanzará para comer al día siguiente? ¿Cómo podría saberlo, si nunca ha trabajado?
Para él, la lucha social se resume en sentarse a recibir vasallaje de quienes lo adulan por ser hijo de quien es, no por mérito propio. Inteligente no es, pero eso no lo detiene: lo suyo es repetir frases vacías, colocarse como víctima y vivir como virrey.
Y qué decir de Claudia Sheinbaum. Con su clásica sonrisa de nada y su tono de falsa moralidad, declara que el poder debe ejercerse con humildad… mientras apapacha al hijo pródigo del privilegio. Ella no ve, no oye, no opina. ¿Será que ya entendió que gobernar Morena es administrar una cueva de ladrones, pero con discurso humanista?
La realidad es simple: Morena se ha convertido en un club de burócratas dorados, hijos del poder que se disfrazan de pueblo mientras viven como oligarcas. Lo que no toleran no es la crítica: lo que no toleran es que el espejo les devuelva el rostro del cinismo.
Si López Beltrán quiere hoteles de lujo, que los pague con su dinero, no con nuestras contribuciones, no con el nombre de su padre, no con la bandera del pueblo pobre que tanto han saqueado.
El pueblo, ese al que dicen pertenecer, hace cuentas todos los días para pagar la renta, no para volar en primera clase a Tokio. Y sí, como dijo Sheinbaum, “el pueblo nos juzga”… pero cada vez con más rabia.
Ya basta de farsantes con discurso de humildad y vida de millonario. Ya basta de políticos que roban con la mano derecha mientras levantan el puño izquierdo en nombre de la justicia.
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