El golpe del Brexit

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LONDRES.- La decisión de los electores británicos en el referendo del jueves de salirse de la Unión Europea tendrá enormes consecuencias para Gran Bretaña, para Europa y para el mundo. Durante un día, el pueblo británico fue el Gobierno, y por 52 por ciento contra 48, tomó la decisión de salirse.

Fui un Primer Ministro que creyó completamente que el futuro de Gran Bretaña estaba en Europa. Fui el Primer Ministro responsable de legislar un sustancial autogobierno en Escocia para que siguiera siendo parte del Reino Unido. Negocié el Acuerdo de Viernes Santo para que Irlanda del Norte pudiera estar en paz dentro de Gran Bretaña. Como el resultado del referendo ha puesto mucho de esto en riesgo, el viernes se volvió en un día de gran tristeza tanto personal como política.

El impacto inmediato de la votación del Brexit es económico. Las consecuencias han sido tan rápidas como era predecible. En un momento del viernes, la libra tuvo una caída histórica de 30 años contra el dólar, y un importante índice bursátil británico había caído más del 8 por ciento. La calificación crediticia de la nación está bajo amenaza.

El efecto duradero, sin embargo, podría ser político, y con implicaciones globales. Si los choques económicos continúan, entonces el experimento británico servirá como una advertencia. Pero si disminuyen, entonces los movimientos populistas de otros países ganarán ímpetu.

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¿Cómo sucedió esto? La derecha en la política británica encontró una cuestión que está causando palpitaciones en el cuerpo político en todo el mundo: la inmigración. Parte del Partido Conservador, aliado con el ultraderechista Partido de la Independencia del Reino Unido, tomó este asunto y enfocó en éste su campaña para abandonar Europa. Esta estrategia no podría haber tenido éxito, empero, si no hubiera encontrado una causa común con un segmento significativo de los electores laboristas.

Estos simpatizantes del Partido Laborista no recibieron un claro mensaje de su propio partido, cuyo líder, Jeremy Corbyn, se mostró tibio respecto a permanecer en la Unión. Fueron atraídos por la promesa de los separatistas de que el Brexit traería un fin a los percibidos problemas de inmigración del país. Y, preocupados por sus desplomantes ingresos y recortes en el gasto público, estos electores laboristas vieron esta votación como una oportunidad para expresar una protesta contra el Gobierno.

Las presiones dentro de Gran Bretaña que llevaron al resultado de este referendo son universales, al menos en Occidente. Los movimientos insurgentes de izquierda y derecha, haciéndose pasar por abanderados de una revuelta popular en contra del establishment político, pueden propagarse y crecer en escala y velocidad. La polarizada y fragmentada cobertura noticiosa sólo anima tales insurgencias -un efecto muchas veces magnificado por la revolución de los medios sociales-.

Ya estaba claro antes de la votación del Brexit que los movimientos populistas modernos podían tomar el control de los partidos políticos. Lo que no estaba claro era si podían tomar el control de un país como Gran Bretaña. Ahora sabemos que sí pueden.

Aquellos en el centro político fueron demonizados como élites desconectadas, como si las personas que encabezan la insurgencia fueran tipos ordinarios -lo que, en el caso de la campaña del Brexit, es una proposición ridícula-. La campaña convirtió la palabra «experto» en prácticamente un término de abuso, y cuando los expertos advertían del daño económico que le seguiría al Brexit, fueron castigados al ser tachados de «alarmistas». Los inmigrantes fueron descritos como un montón de gorrones que venían para arrebatarles a los británicos empleos y prestaciones cuando, en realidad, los recientes migrantes de Europa Oriental contribuyen mucho más en impuestos que lo que obtienen en pagos de asistencia social. Y además, la inmigración a Gran Bretaña desde fuera de la Unión Europea no se verá afectada por la decisión del referendo.

El centro político ha perdido su poder para persuadir y sus medios esenciales de conexión con el pueblo al que busca representar. En cambio, estamos viendo una convergencia de la extrema izquierda y la extrema derecha. La derecha critica a los inmigrantes mientras que la izquierda despotrica contra los banqueros, pero el espíritu de insurgencia, el desahogo de la ira hacia los que están en el poder y la adicción a las respuestas sencillas y demagógicas para los problemas complejos son los mismos para ambos extremos. Debajo de todo ello se halla una hostilidad compartida a la globalización.

Gran Bretaña y Europa enfrentan ahora un periodo prolongado de incertidumbre política y económica, al tiempo que el Gobierno británico intenta negociar un futuro fuera del único mercado donde se comercia la mitad de los bienes y servicios de Gran Bretaña. Estos nuevos arreglos -para ser claros sobre la escala del desafío- deben ser negociados con todos los otros 27 países, sus parlamentos individuales y el Parlamento Europeo. Algunos gobiernos podrán mostrarse cooperadores; otros no querrán dejar que salirse sea fácil para Gran Bretaña, con el fin de desalentar movimientos similares.

Gran Bretaña es un país fuerte, con gente resistente y abundante energía y creatividad. No dudo de la capacidad de los británicos para recuperarse, sin importar el costo. Pero el estrés sobre el Reino Unido ya es aparente.

Los electores en Escocia eligieron por un gran margen permanecer en Europa, con el resultado de que hay renovados llamados para otro referendo sobre la independencia escocesa. Irlanda del Norte se ha beneficiado prácticamente de las fronteras abiertas con la República de Irlanda. Esa libertad está en riesgo porque la frontera del Norte con el Sur ahora se convierte en la frontera de la Unión Europea, una amenaza potencial para el proceso de paz de Irlanda del Norte.

Si el pueblo -usualmente un depósito de sentido común y pragmatismo- hace algo que no parezca sensible ni práctico, entonces obliga a un periodo de larga y ardua reflexión. Mi propia política está despertando a este nuevo panorama político. Los mismos impulsos peligrosos son visibles también en la política estadounidense, pero los retos de la globalización no pueden ser satisfechos con el aislamiento o el cierre de fronteras.

El centro debe recuperar su tracción política, redescubrir su capacidad para analizar los problemas que todos enfrentamos y encontrar soluciones que estén por encima de la ira populista. Si no logramos repeler a la extrema izquierda y la extrema derecha antes de que tomen las naciones de Europa en este temerario experimento, esto terminará de la manera en que siempre termina una acción tan imprudente en la historia: en el mejor de los casos, en desilusión; en el peor, en una división rencorosa. El centro debe mantenerse.

 

El autor fue Primer Ministro de Gran Bretaña e Irlanda del Norte de 1997 al 2007. The NYT News Service.


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