Cultura y política

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La esquizofrenia de la consulta popular ya ocupa un lugar privilegiado en nuestra larga historia de errores legislativos.

Para Diego Valadés, cuyo prestigio y calidad moral lo absuelven de cualquier infundio.

 

        El éxito consiste en cómo enfrentar las decepciones.

        Rosario Castellanos

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Estamos atascados. Ante nuestra crisis, hay una lluvia inmisericorde de propuestas, de sugerencias, de diagnósticos difíciles de englobar, en torno a un denominador común. Todas las páginas editoriales de los periódicos nos dicen: hace falta un golpe de timón, nuevos paradigmas que orienten nuestra vida pública, liderazgos con autoridad para corregir el rumbo, solicitudes de renuncia para que nuevas figuras ocupen los cargos públicos, acuerdos nacionales con el propósito expreso de cumplir la ley. De las altas esferas escuchamos, una y otra vez, una frase sin sentido que lastima la inteligencia: “Llegaremos hasta el final, tope donde tope”, cuando ni siquiera se perciben buenas intenciones.

Ante estas expresiones verbales de las que están ausentes los cómo, se dan hechos que hieren el sentido común: se hace un ostentoso acto político para presumir una nueva iniciativa de ley de obra pública, se enfrentan cirqueros y militantes del PVEM por la controvertida reforma para la protección de animales, se aplaude estruendosamente al Presidente por la detención de presuntos delincuentes como si no fuera ese su elemental deber, se somete a las autoridades educativas a una pública y ostentosa humillación. Parafraseando a Sigmund Freud, diría que estamos en un profundo malestar cultural.

El deber de quienes nos atrevemos a hacer análisis es iluminar el lado oscuro de nuestra vida pública. No se requiere ser culto para ser buen gobernante, pero hacer política sin cultura es bordar en el vacío. Cultura es todo lo que se ha agregado a lo natural. Por lo tanto, es todo lo que puede ser olvidado. ¡Y hemos olvidado tantas cosas que tal vez lo más grave de todo es nuestra desmemoria!

La primera percepción ciudadana es que la clase política no está a la altura de las circunstancias. No hay asideros, referentes, apuntalamientos que orienten y concierten voluntades. La ciudadanía vota con los ojos, no con el cerebro y después lamenta las consecuencias de padecer a quienes no saben ejercer el poder. Se gobierna con el hígado, los hombres en el poder desarrollan una capacidad infinita para el autoengaño y son repelentes a la verdad, quienes no los adulen son sus enemigos.

El Poder Legislativo, aunque más autónomo, pero en su etapa más deficiente por su desempeño, hace un mazacote de leyes olvidando la austeridad y la sobriedad que debe tener el derecho. La esquizofrenia de la consulta popular ya ocupa un lugar privilegiado en nuestra larga historia de errores legislativos.

Uno de los métodos para medir la calidad de las democracias consiste en cotejarlas con su nivel cultural: la forma de hacer política, la elocuencia del discurso, la relación entre sociedad y órganos de poder. El saldo es claro, nuestra democracia tiene un notable déficit cultural. He ahí la clave del desencanto ciudadano. Por eso la tentación de muchos candidatos a elección popular a autocalificarse como no políticos.

La omnipresencia de ideologías y pasiones contrasta con la ausencia de análisis serios y con calidad profesional. Desde Sócrates se insistía en el autoconocimiento y la humildad como virtudes fundamentales de los hombres públicos, pero sobre todo en el deber de asumir responsabilidades.

Contemplamos absurdos como los cacareados informes de legisladores en una clara alteración de la ley, pues quienes deben informar, de acuerdo con la teoría constitucional, son quienes manejan presupuestos, no los que acarician iniciativas. La absurda e inconstitucional Conago le brinda su apoyo al Presidente de la República.

La confianza es una manifestación de la cultura y en este terreno nuestra falla es mayúscula. Nunca como hoy la política ha estado tan vacía de ideas. Concluyo con una reflexión de Mark Lilla: “Alguna vez sentimos nostalgia por el futuro. Hoy tenemos amnesia del presente”.


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