El reparto de sentido común es reparto de bienestar colectivo
Rafael Estrada Michel
Lo he dicho en anteriores ocasiones, la pésima comunicación entre gobernantes y gobernados es grave síntoma de nuestra crisis. Sin discurso no hay política y sin política se agrava la violencia.
Fernando Savater relata que Ralph Waldo Emerson, el gran pensador del siglo XIX que tanto nutrió de ideas al pueblo estadunidense, preguntó a una mujer humilde y de avanzada edad la razón por la cual asistía a sus conferencias. Ella le respondió: “Es que me gusta oírle porque nos habla como si todos fuésemos inteligentes”.
No se va a convencer a nadie hablándole como si fuera niño desmemoriado. Se ofende la inteligencia y la capacidad ciudadana ante el profundo contraste entre dichos y hechos. Esta es la falla central de quienes deseamos ejercer alguna influencia en nuestros interlocutores.
Recientemente Aurelio Nuño, al dirigirse a jóvenes priistas, les expresó: “México inicia el camino hacia un desarrollo sólido donde será referencia para todo el mundo”. Ya es referencia, pero por la violencia, la desigualdad y el deterioro del Estado de derecho. Manlio Fabio Beltrones, quien hace algunos años se oponía, con toda su influencia política, a las cacareadas reformas estructurales, ahora compara a Enrique Peña Nieto con Plutarco Elías Calles por generar grandes cambios para bien del país.
Es casi una obsesión repetir lo obvio. Peña habla todos los días y no dice nada. Incurre en lugares comunes y de sus discursos no se desprende una sola idea clara. Tal parece que le apuesta a soslayar los problemas o que estos se resolverán con el transcurso del tiempo. Se oculta información, confundiendo aún más a la opinión pública. Es sumamente grave que a estas alturas no haya una versión oficial de lo acontecido tanto en Iguala como en Tlatlaya, lo cual es caldo de cultivo para la especulación y el desconcierto.
El más elemental deber del gobernante es el respeto a la verdad. Su manipulación, tarde o temprano, agrava los problemas.
Rumbo a un proceso electoral sumamente complicado, se habla pomposamente de blindar el proceso para disminuir los riesgos de postular a candidatos de dudosa autoridad moral. Ojalá fuera posible encontrar una receta para blindar la ética. Esta se manifiesta con decisiones específicas y con actitudes y conductas congruentes. Mientras los partidos decidan, a cualquier precio, proteger a sus militantes ante claras manifestaciones de desvíos en el poder, de poco servirán las ruidosas campañas anticorrupción. Los dirigentes se apresuran a declarar con énfasis y fervor que se deslindan de cualquier funcionario público ante un escándalo, pero no hay condenas claras ni sanciones específicas.
Sí, se debe partir de un correcto diagnóstico para dimensionar los momentos que vive México, pero una vez identificadas las fallas, es preciso enfrentarlas con realismo y con soluciones concretas.
La pérdida de la confianza es causa de las grandes descomposiciones sociales. Es preferible caer en la autoflagelación al reconocer nuestros errores, o en la exageración de los problemas que enfrentamos, a la condescendencia y la autocomplacencia. La materia prima de la política es la realidad. Si nos negamos a verla, en el autoengaño llevaremos la penitencia.
Sí, son necesarios cambios a las leyes, pero si con las modificaciones legales se pretende únicamente simular la solución de los problemas, seguiremos deteriorando la autoridad del Estado, una de las manifestaciones más claras de la gravedad de la situación actual.
Congruencia, para identificar palabras y realidades; para acciones consecuentes con lo que se dice; para de nuevo encontrar la mínima solidaridad que dé luz a los momentos de penumbra que vivimos.
Sentido común, entendido por los griegos como capacidad de identificarnos en ideas elementales que permitan acciones conjuntas.
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