El cúmulo de fuerzas contradictorias que hoy día confluyen hace casi imposible integrar un cuadro coherente de respuestas.
Las increíbles violencias que se cometen bajo la siniestra bandera negra del Estado Islámico proclamando su intención de obliterar a todo lo que no acepte someterse a su fanática de pretensión mundial es el factor más reciente de esta turbulencia general.
El Occidente, lidereado por Estados Unidos y respaldado por europeos y varios países árabes han formado una coalición para emprender la guerra contra ISIS cuya duración nadie puede prever. Para muchos observadores es el inicio del tercer conflicto mundial.
La dramática gravedad hincan sus raíces en un pérfido enlace entre religión y política que el aumento en la pobreza intensifica como resultado de un general debilitamiento del crecimiento económico mundial.
La OCDE estima que los años venideros no registrarán siquiera los modestos índices mundiales de hace pocos años. El crecimiento demográfico apretará las necesidades materiales de una inmensa y desatendida masa ignorante y confundida. Como si esto no bastase, el espectro de inexorables cambios climáticos anuncia una crisis alimentaria que los técnicos intentan conjurar pese a que los materiales químicos que usan para aumentar la producción agrícola son a veces venenosos y deben sustituirse con métodos distintos o con semillas cuidadosamente mejoradas.
La meta de independencia alimentaria está directamente relacionada con la capacidad de los países menos dotados de superar la pobreza y desarrollarse en paz y equidad. El aumento de las brechas socioeconómicas que se registran en la mayoría de los países incluso los más avanzados es la alternativa. Está de por medio la confianza en los principios democráticos que deben actuar como instrumentos de alivio y respuesta a las ansiedades populares.
Cada vez, empero, hay más dudas en la eficacia de los sistemas políticos que se emplean y extendiéndose la convicción de que el sistema capitalista liberal, en que se ha sustentado el progreso material en los últimos dos siglos, está agotado sin que se asome un sistema sustituto pese a los muchos estudios y ensayos que lo buscan. El comunismo capitalista que ha disparado el enriquecimiento de China plantea por ahora demasiadas incógnitas para ofrecer una alternativa confiable. No hay dudas de que el mundo se encuentra en periodo de transición.
En lo referente a nuestra región, el historial político latinoamericano revela demasiadas irregularidades como para identificar rutas por seguir. Hay dudas respecto a la eficacia de los variados estilos que se han venido ensayando en el curso de la segunda mitad del siglo XX y principios del actual de cómo resolver los dilemas que plantea el desarrollo con justicia.
Aunque en nuestro país casi hemos consolidado la etapa electoral de la democracia, todavía nos falta un buen trecho para llegar a la democracia participativa en la que la ciudadanía entera controla la operación de la mecánica de gobierno de manera de dar seguridad jurídica y de impartir rumbo a las actividades nacionales. En cuanto a la democracia social, México, como la mayoría de los países del mundo, está lejos de realizar la.
Lo señalado en todo lo anterior subraya la urgencia de entender cuan crucial es nuestro momento y por qué, como primera tarea, hay dedicar todas nuestras las prioridades a la educación de las mayorías populares sin cuyo mejoramiento poco se podrá lograr.
Se trata de acelerar el paso hacia un nivel educativo general y suficiente para cimentar una cultura nacional básica repartiendo conocimientos fundamentales a cada ciudadano habilitándolo a emplearse en actividades que lo sostengan con dignidad inspirado en metas que lo inspiren. Por el momento la alta proporción de nuestra población que, ni estudia ni trabaja, impide que avancemos. Urge superar las crisis de seguridad, pero los grandes retos que actualmente vive la comunidad internacional nos han quitado el tiempo del que creíamos disponer.
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