Beirut y París, el camino de la paz

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La semana pasada, el mundo se conmovió con dos atentados terroristas reivindicados por el autodenominado “Estado Islámico de Irak y Siria” (ISIS, por sus siglas en inglés)

La semana pasada, el mundo se conmovió con dos atentados terroristas reivindicados por el autodenominado “Estado Islámico de Irak y Siria” (ISIS, por sus siglas en inglés). Primero fueron las explosiones provocadas por dos terroristas suicidas a las afueras de una mezquita en Beirut, que provocaron más de 40 muertos y más de 200 heridos, incluyendo ancianos, mujeres y niños inocentes que acudían en paz a su centro de oración, o que simplemente pasaban por el lugar. Luego, el viernes por la noche, nos volvimos a horrorizar al saber lo que estaba ocurriendo en París. Al momento de escribir estas líneas, se habla de 132 personas muertas y más de 300 heridas, muchas de gravedad, producto de varios ataques coordinados con explosivos y armas largas en varios puntos de la capital de Francia.

Como ocurre en este tipo de actos, las expresiones de solidaridad no se hacen esperar. El rechazo a ISIS es unánime de parte de los actores internacionales. Y la reacción no puede ser más que de repudio, porque se trata de una organización terrorista que está decidida a matar personas inocentes. Para ISIS los muertos en los ataques no son seres humanos: son “apóstatas”, “infieles”, “cruzados” o “paganos” que no merecen vivir porque forman parte de un mundo decadente, marcado por el pecado.

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Precisamente la semana pasada tuve la oportunidad de dar una conferencia en un coloquio organizado por la Universidad Anáhuac en el Museo de Memoria y Tolerancia. El tema fue el discurso de odio, definido como las expresiones que se asocian con valores negativos a grandes grupos de personas por su raza, religión, nacionalidad, idioma, postura política, o cualquier otro aspecto de su identidad. ¿Por qué es efectivo el discurso del odio? Porque no exige razonamientos intelectuales ni reflexiones morales. No pide evidencia ni exige argumentación. Al contrario, ofrece un atajo para entender el mundo y sus complejidades. Identifica irresponsablemente culpables de los males y ofrece una solución: hay que deshacerse de esos culpables.

Es muy claro que ISIS maneja un discurso de odio religioso fanático contra todos los que piensan distinto, sean ricos, pobres, árabes, europeos, cristianos, ateos, judíos o musulmanes de otras denominaciones. En su visión cegada por el rencor, el mundo será un lugar mejor cuando esté libre de todas las personas que quieren vivir sus vidas bajo otro esquema de creencias.

¿Qué harán Francia y la comunidad internacional? Al escribirse estas líneas se iniciaba ya la respuesta militar de Francia. El presidente Hollande declaró que los atentados fueron “un acto de guerra”. “Porque nuestro país fue agredido cobardemente, vergonzosamente, violentamente, será implacable con esos bárbaros del Estado Islámico”, dijo a una nación herida y enlutecida que tardará en entender y digerir lo ocurrido.

La reacción es comprensible. Es de esperarse que reciba importante apoyo nacional e internacional. Pero no hay que olvidar que una de las motivaciones de grupos como Al Qaeda e ISIS al perpetrar estos ataques es precisamente lograr una reacción militar de las naciones occidentales para demostrar al mundo la “maldad” de esos países y perpetuar así el ciclo del odio y la violencia que les da vida. Peor aún, es de esperarse que muchos radicalismos políticos europeos culpen de este atentado a los refugiados que han llegado desesperados a pedir asilo a sus naciones, confirmando para muchos musulmanes dentro y fuera de Europa que esas sociedades son sus enemigas y engendrando nuevos odios y radicalismos.

Así es que inicia un camino largo y doloroso. Serán de gran importancia las medidas para desactivar los ciclos de violencia y neutralizar los discursos de odio que dan fuerza a estos grupos de fanáticos. Un largo camino para la paz nos espera.


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