Alianzas difíciles

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Los constantes amagues de Agustín Basave con renunciar si el PRD –o mejor dicho, algunas de sus tribus– no acepta su estrategia de alianzas con el PAN, demuestran que a pesar de lo sucedido en años anteriores, con todo y los resultados obtenidos, este tema no es parte de la cultura política de muchos militantes de partidos, con todo y los viajes por naciones que han vivido este tipo de acuerdos, en los cuales dos partidos de ideología distinta pueden sentarse a discutir y llegar a un punto en común sin perder su identidad.

Pérdidas y ganancias

Hablar de alianzas en México es un tema que cuesta trabajo digerir. Muchos las critican, aunque en otro momento las ejercen sin el mayor rubor. Así, tenemos que el PRI critica las alianzas entre PAN y PRD, pero nada dice de las que lleva a cabo con el PANAL, el PVEM y el PT como es el caso de la elección a gobernador en Colima. En este caso también se puede preguntar que tienen en común un partido que se dice de izquierda como el del Trabajo, uno que se dice liberal como Nueva Alianza, uno que se dice ecologista –aunque en los hechos demuestra otra cosa– y el PRI que no se caracteriza precisamente por una definición clara en términos ideológicos.

Además tenemos el tema de las alianzas en el Congreso de la Unión. Para nadie es un secreto que una buena parte de los acuerdos para aprobar iniciativas de lay –provengan del Ejecutivo Federal o de los propios partidos– se dan gracias a acuerdos entre las distintas bancadas legislativas, incluso que estos acuerdos se dan sobre la base de que se aprueba una iniciativa que interese a determinado partido a cambio de su apoyo en otra propuesta del grupo parlamentario con el que acuerda. En pocas palabras, se da por la vía de los hechos una alianza.

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En el mismo sentido, el tan presumido como criticado Pacto por México fue un acuerdo entre adversarios políticos que no tienen –de acuerdo con los críticos de las actuales alianzas electorales– puntos en común, pero que crearon las condiciones para que un conjunto de reformas se hicieran realidad.

Ahora, en plena época electoral, el tema vuelve a la agenda de medios por las amenazas del dirigente nacional del PRD, Agustín Basave, de renunciar si su partido no aprueba su política de alianzas con el PAN.

Entre los argumentos que tanto Basave como los partidarios de dicha línea de negociación, se encuentra el hecho de derrotar en las urnas al PRI en entidades que no han conocido otro gobierno estatal que no sea uno tricolor. La actuación de mandatarios como Javier Duarte, en Veracruz, o César Duarte, en Chihuahua, o Roberto Borge, en Quintana Roo, no hace sino reforzar tales ideas.

En la carta de renuncia que Basave presentó al Consejo Nacional del sol azteca, habla de que no coincide “con la tesis de que aliarnos con el PAN en intrínsecamente erróneo, y he escrito varios artículos donde sostengo que las alianzas de amplio espectro, programáticas y de gobierno, pueden ser buenas para el PRD, para el PAN y sobre todo para la gente de esos estados”.

En contra, los adversarios de las alianzas argumentan que estas se deben llevar a cabo únicamente con los afines, es decir con partidos de izquierda –a lo mejor creyendo que el PRI sí es de izquierda por militar en la Internacional Socialista–, de ahí que no hay mucho que acordar con un partido como Acción Nacional.

Otros, siguiendo esta misma línea, alegan que un partido que promueve el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la despenalización de la marihuana no puede aliarse con otro instituto que se opone a todo esto, como si a esos temas se redujera la discusión política o fueran los más importantes, sobre aspecto como el bienestar de la población o la seguridad pública.

Luego tenemos lo de la pérdida de identidad. Aliarse con la derecha, argumentan personajes como Miguel Barbosa del PRD, significa que el partido amarillo perderá su faceta como representante de la izquierda. En la década de los 90 del siglo pasado, el PRD y el PAN apoyaron a Salvador Nava en San Luis Potosí, por considerar que su lucha era a favor de la democratización del estado, y años después nadie ha visto al sol azteca o al blanquiazul como organismos políticos de signo distinto al que ostentan desde su fundación.

Algo similar se puede decir tras las experiencias de 2010 en Sinaloa, Durango, Oaxaca y Puebla, con alianzas amarillo-azul, pues ninguno de dichos partidos se desdibujó.

Ahora que si hablamos de egoísmo político, de las ganas de quedarse con todo el pastel –o las migajas al no ganar una elección–, pues no habrá más que darles la razón a quienes no quieren alianzas. ¿Qué pasaría si por ley se prohibieran éstas, cómo le iría a partidos como el tricolor? Imagínenlo nada más.

Del tintero

Llegamos al miércoles posterior a la difusión de la conversación entre Sean Penn y Joaquín Guzmán Loera y la polémica sigue. Para muchos el héroe es el Chapo Guzmán y Sean Penn es algo similar a un gran periodista, pero ni el primero es alguien que se deba admirar, ni el segundo un entrevistador consumado, acaso un activista que usa su fama para dar a conocer su punto de vista e intereses. Pero como en México cualquiera con una tribuna ya se siente reportero, pues no debe sorprendernos la polémica actual.


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