En muchos países desacatar las leyes es deporte nacional. Los gobiernos las violan y promueven su violación, en vez de aplicar sanciones. Por eso el mundo padece tantas miserias y desgracias.
México vive esa depravación. Los mayores transgresores de las leyes son funcionarios públicos, desde la Presidencia de la República hasta cargos más modestos.
Un ejemplo viviente es la presidente (con E): se mofa del mandato ético y constitucional de respetar, servir y proteger a todos los gobernados. Emulando al que la encumbró, sigue en campaña todos los días. Igual que aquel: miente, difama y calumnia tratando de ocultar el desastre que heredó y el que es a su cargo, y solapa a la runfla que dice al unísono, de dientes para afuera, que la adora y acompaña en la construcción de su ilusorio “segundo piso”.
La “científica” (así, entre comillas) nos da profundas clases de geometría diciendo que “cuando la pendiente es positiva es que va creciendo, y cuando es negativa es que va disminuyendo”. En gramática nos ilustra afirmando que “patria se escribe con A de mujer”. Esas y otras simplezas y burradas las intercala acusando de traidores, carroñeros y otras lindezas a disidentes, opositores y periodistas (muchos de estos perseguidos, encarcelados o asesinados) pero proclama su celoso respeto a las libertades y afirma que “gobernar es humildad”.
Con sus monólogos matutinos “del pueblo” no logrará que olvidemos su incompetencia y el inmisericorde saqueo que siguen cometiendo quienes la llevaron adonde está, y que por eso los encubre. Son crímenes que socialmente no prescriben y más pronto que tarde los pagarán.
Sobre su ataque a mi persona, si me invita a una mañanera le ayudaré para ver si entiende lo que escribí en este espacio la semana pasada y que le pareció “terrible”. Su cantaleta “humanista” está muy choteada.
Con sus reptantes ha concentrado los tres Poderes de la Unión y se desgañita con la soflama de que “somos el país más democrático del mundo”.
Su llegada a la Presidencia no es orgullo nacional. Para muchos mexicanos es vergüenza y deshonra. No gozo al repetirlo pero su proceder es faccioso y corrupto, no es propio de una jefa de Estado sino de una arpía; y la RAE nos enseña que arpía es una “mujer malvada”; y la mitología griega la representa como “ave de rapiña con cara de mujer”.
Mientras agreda vilmente, soberbia y amurallada, no recibirá lisonjas ni apoyo de los injuriados.
Los ciudadanos debemos rescatar a México de la ineptitud y maldad que lo aniquilan. Lo lograremos levantando la voz y votado en las próximas elecciones. Y como nunca me he humillado ante los poderosos, me sumo a la advertencia que circula en las redes sociales: “quienes creen que el precio por levantar la voz es muy alto, espérense a ver el que pagaremos si nos quedamos callados”.


































